domingo, 25 de agosto de 2013

Megacausa La Perla: El nombre que no lograron desaparecer

Sara Solarz, viuda del jefe guerrillero Marcos Osatinsky, relató la historia de su familia arrasada por la represión y comprometió al imputado Héctor Vergez. El abogado Claudio Orosz pidió investigar la remoción de restos ordenada en 1984 por el juez Gustavo Becerra Ferrer.

Por Alexis Oliva -  (El Argentino, edición Córdoba)

“Fuimos una familia comprometida con las luchas políticas de mi país. Con Marcos comenzamos a militar en la Federación Juvenil Comunista, luego en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y luego de la fusión, en Montoneros. Criamos a nuestros hijos en los valores de toda una generación. Marcos era dirigente. Marito era militante. José no fue militante. Los tres fueron asesinados, ninguno murió en enfrentamientos. El cuerpo de Marcos fue dinamitado”.

Así comenzó su testimonio ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de Córdoba Sara Solarz, viuda de Marcos Osatinsky, el jefe guerrillero fugado de la cárcel de Rawson en 1972 y asesinado en Córdoba el 21 de agosto de 1975, en un falso intento de fuga montado por los policías que lo tenían cautivo en el Departamento de Informaciones D2.

Secuestrada en Buenos Aires el 14 de mayo de 1977, Solarz fue llevada al centro clandestino de detención que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Tras una tortura física que se prolongó por días, la retiraron del sector conocido como “Capucha”, la hicieron sentar y le sacaron la venda. Cuando pudo acomodar su visión, se encontró con dos personajes vestidos de impermeable color claro, que la someterían a otra clase de tormentos.

“Venimos a llevarla a Córdoba, porque el nombre de Osatinsky tiene que desaparecer de la faz de la tierra y usted tiene que morir en Córdoba”, le anunció uno de ellos. Además, el visitante se ufanó de haber “robado y dinamitado” el cadáver de su esposo, “en nombre del Comando Libertadores de América”. También le relató que a Mario, su hijo mayor, de 19 años, lo cercaron el 25 de marzo del ‘76 en una casa en la localidad cordobesa de La Serranita y fue acribillado al día siguiente, junto a otras tres personas, en la ruta cerca de Alta Gracia. Del menor, José, de 15, el represor le dijo: “Lo mató la policía. No fuimos nosotros, desgraciadamente. De todas maneras, está muerto, que es lo importante”.

“El mismo día me suben de vuelta a Capucha y después me vuelven a bajar. Estaba de guardia (el ex capitán de Fragata, Antonio) Pernías y me pregunta qué me dijeron. ‘Usted sabe bien lo que me dijeron’. Me dijo que no sabía, que por favor le cuente, y le conté. Esto de que me vinieran a buscar no le gustó mucho, porque yo era propiedad de la ESMA”, recordó la testigo ayer. Finalmente no la trasladaron, y permaneció en la ESMA hasta el 19 de diciembre de 1978, cuando la llevaron a Ezeiza y la obligaron a embarcarse en un vuelo a Madrid.

Años después, Solarz identificó al represor que la entrevistó en la ESMA con el autor del libro “Yo fui Vargas”, Héctor Pedro Vergez, el ex jefe del campo de concentración de La Perla. A esa altura del testimonio, Vergez ya le había pasado seis papelitos con preguntas a la defensora oficial Natalia Bazán, acaso en una modalidad degradada de su antigua omnipotente verborragia.

Mientras estuvo cautiva, esta mujer a la que le arrancaron a su marido y sus dos hijos asistió a pedido de las prisioneras parturientas a catorce nacimientos. A la consulta de Marité Sánchez, abogada de Abuelas de Plaza de Mayo filial Córdoba, sobre el plan sistemático de robo de niños”, Sara respondió: “En la ESMA se hizo como una maternidad, y casi el cien por ciento de las embarazadas venía de otros campos. (Rubén) Chamorro, el director de la ESMA, planificaba adónde iban a ir los chicos. Algunos no querían que fueran adoptados, y los dejaban en la puerta del orfelinato”.

Al finalizar, este diario le preguntó cuántas veces prestó declaración desde que recuperó su libertad.

-Uf… la verdad que no sé, pero empecé en el ‘79, en la Asamblea Nacional Francesa –respondió.

-Pero esta de hoy fue especial…

-Sí, esta es especial, porque es 21 de agosto, la fecha en que lo mataron a Marcos, y el día antes de la masacre de Trelew. Para mí tiene una importancia impresionante.

“Ni un lugar para ponerle una flor”

El cadáver de Marcos Osatinsky fue dinamitado, pero pudieron recuperarse sus restos, que junto a los de su hijo Mario -identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense y entregados a su madre en 2003- descansan en un cementerio de Tucumán. En 1984, estando aún refugiada en Europa, Sara Solarz fue informada de que entre unos restos hallados en el Cementerio de San Vicente podían estar los de su hijo menor, José.

“Después supe que en ese lugar habían pasado las palas mecánicas y no se podía recuperar a nadie, porque todo estaba mezclado, así que nunca pude tener un lugar para ponerle una flor”, lamentó la testigo.

A su turno en la ronda de preguntas, el querellante Claudio Orosz planteó: “Con Martín Fresneda hicimos una denuncia en el Juzgado Federal Nº 3, porque a raíz de la orden del doctor (Gustavo) Becerra Ferrer se recuperaron más de 33 cuerpos, que de forma absolutamente imperita fueron colocados en bolsas, y el juez Becerra Ferrer le solicitó al entonces intendente Ramón Bautista Mestre que le diera la orden al director del Cementerio de San Vicente, que todavía es funcionario, que preservara esas bolsas. Y esas bolsas fueron incineradas. Entendemos que son delitos absolutamente tributarios a los delitos de lesa humanidad, y pedimos que esta parte de la declaración de Sara Osatinsky sea inmediatamente remitida al Ministerio Público Fiscal. Es más, a la Procuraduría General de la Nación, para que después de tantos años por fin esta investigación se produzca y se sepa la verdad”.

lunes, 19 de agosto de 2013

Estremecedor testimonio de los crímenes cometidos en la Perla : "había apropiación de las mujeres".

“Había una apropiación de las mujeres”

En el proceso que se está desarrollando en Córdoba, el testimonio de la sobreviviente Graciela Geuna volvió a plantear la cuestión de los delitos sexuales perpetrados en el marco del terrorismo de Estado.

 Por Marta Platía -  Desde Córdoba

Parece una constante en este juicio: otra vez fue una mujer la que sacudió las conciencias de los que asisten a las jornadas del proceso por los delitos perpetrados en el centro clandestino de La Perla, que ya lleva setenta audiencias. Graciela Susana Geuna viajó desde Suiza, donde está viviendo desde que logró escapar del país en 1979. Es una de las sobrevivientes que más tiempo permaneció en La Perla, por lo cual los 41 represores, incluyendo a Luciano Benjamín Menéndez, afilaron sus discursos para intentar desacreditarla en cada ocasión que el Tribunal Oral Federal Nº 1 les permitió hablar. Graciela Geuna es, para ellos, lo que los demás sobrevivientes: una amenaza viva, constante. El testimonio inapelable de sus crímenes.

A Graciela la secuestraron el 10 de junio de 1976 junto a su esposo Jorge Omar Cazorla. Ambos militaban en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Los metieron en el baúl de dos autos distintos. Ella, con sus rodillas, golpeó la chapa y logró tirarse a la ruta. Cayó “quemándose la espalda” por la fricción cerca de la actual Fábrica Argentina de Aviones. Cuando logró levantarse, corrió hacia una casilla de vigilancia y pidió a los gritos: “¡Sálvenme! ¡Me van a matar!”. Nadie la ayudó. Mientras, su esposo también había saltado desde el auto en que lo llevaban, “como si nos hubiésemos puesto de acuerdo”, murmuró Graciela. Pero él fue acribillado por la espalda por la patota de La Perla, cuando corría maniatado y le gritaba: “¡Corré, Gringa, corré!”.

A Graciela no sólo la recapturaron sino que los represores le dijeron: “Tu marido es boleta”. Ella pensó que tal vez querían desmoralizarla. “Me agarraron y me metieron por la fuerza al baúl de otro auto. Ahí estaba Jorge: tenía sangre que le salía por la comisura de la boca, sangre que le salía del pecho... Después supe que los que estaban ahí fueron (los represores Héctor Pedro) Vergez, (Jorge Exequiel) Acosta, (Hugo “Quequeque”) Herrera, (José) “Chubi” López, (Angel) Quijano, (Héctor) ‘Palito’ Romero y (Saúl Aquiles) Pereyra”. Ya en La Perla la torturaron “con las dos picanas, la de 110 y la de 200 voltios. Vergez decía que tenía olor a podrido. De la sala de tortura me tiraron en las caballerizas. Ahí estaba el cuerpo de Jorge tirado sobre la paja. Les rogué que me dejaran cerrarle los ojos”.

Fue en ese punto de su declaración cuando la víctima dio una noticia inesperada: uno de los testigos de su detención, uno de esos hombres que no la ayudaron, se había comunicado con ella 37 años después, y le anunció que estaba dispuesto a declarar. Ocurrió que este hombre leyó el libro La Perla. Historia y testimonios de un campo de concentración, de los periodistas Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo, y reconoció en el testimonio de Geuna a aquella muchacha acorralada que le pidió ayuda. “Fueron décadas de tener ese peso en mi conciencia. De pensar que podría haber torcido el destino si intervenía... Pero no me animé. Todo pasó en segundos. Pero esa película de segundos me persiguió todos estos años. Cuando leí el libro recién les pude poner nombres a aquellos dos jóvenes: al muchacho que mataron por la espalda, y a la chica que pedía socorro y que cayó con las manos atadas en la espalda, y a la que un tipo grandote levantó por la cintura y se la llevó.”

El hombre no es un desconocido en Córdoba. Se trata de Simón Dasenchich, quien fuera titular del directorio de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (EPEC) y actual gerente de la región centro del Correo Argentino. Luego de leer el libro se contactó con sus autores y ellos le hicieron de puente con la sobreviviente. Dasenchich declaró hace pocos días y cerró un capítulo en su propia vida: “Yo era empleado de la entonces Industrias Mecánicas del Estado (IME). Hice la denuncia en la comisaría 10ª. Pero noté que todo estaba enrarecido y querían llevarme a mi casa a buscar mis documentos en un auto de la policía. En un descuido, me les escapé. Guardé todo esto hasta ahora. Pero no es lo mismo cuando uno conoce los nombres y las historias de las dos personas que vio matar y secuestrar. Hay una obligación moral que no podía callarse más. Si ellos tienen el valor de contar todo esto después de lo que les pasó, los que vimos ese tipo de situaciones tenemos que dar testimonio”. Dasenchich fue el primer testigo “inesperado” de este juicio, en el cual se espera que surjan otros.
El olor de la muerte

Esbelta y de abundante cabellera rubia, Graciela Geuna declaró durante casi ocho horas con voz pausada y grave. El atroz universo de La Perla se abrió espacio en la sala de audiencias. La tortura y la orden-amenaza de José “Chubi” López: “Mirame bien, porque cuando te podamos matar, te voy a matar yo. Y cuando te mate, lo último que vas a ver son mis ojos”. Graciela recordó con insondable tristeza a “los chicos del colegio Manuel Belgrano” y sus risas aun en medio del infierno, “porque eran adolescentes que no podían parar de reírse, ellos nunca imaginaron que los matarían”. Y las atroces agonías por tortura en la cuadra, como la de María Luz Mujica de Ruartes, “que despedía un fuerte hedor a pus de su vagina porque la habían quemado con la picana y no teníamos con qué curarla”. O el muchacho al que los represores “paseaban en cuatro patas con una correa de perro, para humillarlo y destruirnos psicológicamente”; y hasta el absurdo, perverso “festejo de cumpleaños” que le hizo el torturador “Angel Quijano, que vino... ¡y me cantó el feliz cumpleaños! Yo lloraba y él me preguntó que por qué, si me estaba deseando feliz cumpleaños. Como pude, le dije que él tenía puesto el saco de mi marido. El lo negó, pero yo le dije que no podría olvidarlo. Es el que usó cuando nos casamos”.

Graciela Geuna describió también un episodio que, por entonces, les dio certeza a los secuestrados de lo que ocurría en “los traslados”. Geuna y otras víctimas reducidas a la esclavitud estaban lavando autos (los que se utilizaban para “chupar” gente) y el represor Ricardo “Fogo” Lardone “llegó e hizo comentarios porque había una goma quemada. Nos dijo que no podía soportar el olor porque le recordaba a los fusilamientos. Que los fusilaban así: esposados atrás y que algunos que tenían miedo, como (el torturador Raúl) Fierro, les hacían atar también las piernas. Que tiraban alquitrán y les prendían fuego. Dijo: ‘Tengo el olor en la nariz y la visión de los cuerpos que cuando se queman, empiezan a moverse’”. Geuna entonces levantó sus brazos ante el Tribunal y los movió como los de un muñeco desarticulado. Luego los bajó y se quedó en silencio.

“Quiero saber si por el hecho de ser mujer existía un plus en cuanto a los abusos sexuales”, le preguntó la fiscal Virginia Miguel Carmona. “Sí, en general, las mujeres siempre sufríamos un plus desde la mente y el cuerpo –explicó Graciela Geuna–. Los represores (Hugo ‘Quequeque’) Herrera y (Aldo) Checchi revisaban a las mujeres y las manoseaban. Yo misma tuve desde extorsiones... Me apretaban los pezones, toqueteos... Había una apropiación de las mujeres. Porque a los hombres trataban de manipularles la mente. Pero de las mujeres querían todo: apropiarse de la mente y del cuerpo.”

Así, de pronto, las voces de sus compañeras de cautiverio que ya pasaron por el Tribunal se agolpan en la memoria: “Me ausentaba de mí misma para poder sobrevivir”, dijo Tina Meschiatti. “Me di cuenta de que tenía que separar mi cuerpo de mi cabeza. Que hicieran lo que quisieran con mi cuerpo. Pero yo tenía que preservar mi cerebro”, declaró Liliana Callizo, luego de relatar cómo Herrera la violó. “Yo vi cómo en una fiesta se tiraban de uno a otro con las chicas prisioneras. Las hacían tomar vino... Todo eso antes de matarlas”, contó el arriero José Julián Solanille, el único testigo vivo que dio testimonio en juicio de haber visto al mismísimo Luciano Benjamín Menéndez al frente de un pelotón de fusilamiento. “Yo vi cómo Vergez le tocaba el cuerpo libidinosamente a Elmina Santucho y le decía: ‘Ahora vas a conocer a papi’”, coincidieron Liliana Callizo y Patricia Astelarra. Lisa Beatriz Monje sólo tenía 17 años cuando la secuestraron y la llevaron al D2: “Eran como una jauría de lobos. Me violaron en el baño. Yo era virgen”, declaró con el dolor ahogándole la voz. Y con ellas la brutalidad de delirio con que fue atacada Gloria Di Rienzo, quien todavía tiene las cicatrices que le dejaron los atacantes cuando intentó resistirse a una violación masiva.

Los vejámenes sexuales a las prisioneras de la cuadra en La Perla –o en las mazmorras del D2– eran “moneda corriente”, según detalló Liliana Callizo. A todo esto, los torturadores repiten ante el Tribunal que ellos “jamás” tocaron a ninguna mujer. Tal parece que temen más este aspecto de sus (muchas) perversiones y atrocidades, que haber atormentado, robado, asesinado o desaparecido gente. Consultados sobre este punto, tanto querellantes como defensores coinciden en que tal vez “en sus familias hayan logrado consolidar lo de la supuesta ‘guerra contra la subversión’, pero que nunca les hayan contado que violaban a sus víctimas”.

Si bien se sabe que hubo prisioneros varones que también fueron vejados (los empalamientos “con armas o palos de escoba” fueron un método más de tortura y muerte); por ahora sólo las mujeres se han animado a denunciar los crímenes sexuales en el marco del terrorismo de Estado. La brecha la abrió una sobreviviente: Charo López Muñoz, quien en el juicio a Videla y Menéndez, en 2010, abrió su testimonio denunciando que la habían sodomizado en el D2. Fue en esa oportunidad que el fiscal Carlos Gonella le preguntó si haría o no una presentación aparte sobre este tipo de vejaciones en la Fiscalía federal. Y ella lo hizo.

Según explicó el querellante Claudio Orosz, “todos esos abusos se están sumando a una causa que se está instruyendo por los delitos sexuales de lesa humanidad. Es inédita en el país y está a cargo de la fiscal Graciela López de Filoñuk”.

viernes, 16 de agosto de 2013

Megacausa La Perla: El testigo imprevisto

El ingeniero Simón Dasenchich relató cómo una patota del Tercer Cuerpo de Ejército asesinó a Jorge Cazorla y recapturó a Graciela Geuna. Un libro sobre La Perla le puso nombres a quienes para el testigo eran víctimas anónimas.

“Escucho uno o dos estampidos que proceden de la ruta 20. Un muchacho con el torso desnudo corre en dirección al centro. Se siente un nuevo estampido y él cae. Giro la cabeza buscando la procedencia del sonido, y veo un Fiat 125 o 128, con la tapa del baúl abierto, y al lado una persona levantándose, como si hubiera estado rodilla al piso con un arma en la mano… y corre hacia el caído”.

“Corro para comentar al guardia lo que vi, cuando veo que viene corriendo una jovencita, gritando: ‘¡Sálvenme! ¡Me van a matar!’. Era muy jovencita. La venían persiguiendo y ella cae, con las manos atadas atrás, y en un santiamén el que venía atrás con un revólver en la mano, muy corpulento, la levanta y se la lleva”.


Estas dos escenas que relató Dasenchich a los jueces del Tribunal Oral Federal Nº 1 habían quedado congeladas en su memoria desde aquella siesta del 10 de junio de 1976, cuando salía de su trabajo en el Área Material Córdoba (AMC) y se topó con el desesperado intento de fuga de Jorge Omar Cazorla y Graciela Susana Geuna, esposos y militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Sus perseguidores integraban la patota del campo de concentración de La Perla, a donde finalmente fueron llevados, él muerto y ella viva.

En vano intentó el testigo que los militares de la Fuerza Aérea que custodiaban el ingreso a la AMC impidieran, o al menos dejaran constancia, del secuestro: “Me volví a mi lugar de trabajo e hicimos un acta con dos copias, con las que volvimos a la guardia. El oficial a cargo no me dio bola y dijo que ellos tenían su propio protocolo de actas”.

Entonces se dirigió a la Seccional 10ª de la Policía para hacer una denuncia. Como no llevaba su documento de identidad, el sumariante le retuvo el acta y le dijo que esperara, porque lo iban a llevar en un móvil a su casa a buscar el documento. A Dasenchich la propuesta le pareció sospechosa, en un descuido se retiró y “el acta quedó en la Seccional 10ª”. Fue su último contacto con el caso, hasta 37 años después.

- ¿Qué fue lo que determinó que usted haya contando esta historia en este juicio? –le preguntó este diario al salir de la audiencia.

- Haber leído el libro “La Perla” (de los periodistas Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo), porque una cosa es recordar hechos anónimos que uno sabe que ha visto, y otra cosa es que esos hechos tengan nombre y apellido.

Así fue que Dasenchich se puso en contacto con Geuna. Los abogados que la representan como querellante –y luego la Fiscalía- lo propusieron como testigo, para que por fin pudiera despojarse de “la carga emocional de haber visto algo y no haber podido resolver nada de todo lo que pasó”.
Fuente: http://cordoba.infonews.com

domingo, 4 de agosto de 2013

Testimonios

 Antes de terminar su testimonio

"Yo me hice muchas preguntas, por qué declarar. Me empuja el amor a mi hijo, a tantos compañeros desaparecidos. Porque estoy viva, porque estamos vivos y en la rutina no existe el olvido. Aunque se lo propusieron no pudieron poner en prisión las ideas. Mi fantasía es que un dia te encontraré y enterraremos nuestra tristeza, borraremos las huellas del pasado sin olvidar, con la fórmula de ee amor, las flores brotarán aún siendo invierno porque beberemos de la escarchade la mañana. Bastará tan sólo un remanso para que broten flores vivas en nuestro refugio de amor. Entonces sólo vestiremos de luto aquella fría mañana del 6 de septiembre de 1976".
Esas palabrasson parte de un escrito que está dirigido a Nestor Lellín, quien fuera secuestrado el 6 de septiembre de 1976 de la fabrica de automóviles Fiat Concord S.A. de donde era delegado. Ver el escrito completo.
 
Las secuelas del secuestro


La abogada de Abuelas de plaza de Mayo, Dra. Marité Sanches, le pregunta a Nora qué secuelas provocó en el niño esos días en que estuvo secuestrado. "Para que se de cuenta, el es psicólogo, trabaja en Tribunales. Cuando supe que iba a declarar le pregunté si él iba a estar. Porque a mi megustaría. 'Qué, te causa dolor?' me preguntó. Y claro!, él no habla, nunca hablo de esto. Per hay cosas que causan un vacío".
Antes de continuar con las preguntas, ella pide que la dejen terminar: "Hay algo que yo no dije. Estando en La Perla varias veces me lo llevaban, se lo llevaban de paseo. Y volvía y me decía 'los señores bibi" No se que le hicieron a mi hijo."
 
 Militante


Nora era militante del Partido Comunista y, por ello, en esta instancia frente a los Jueces del Tribunal, hace memoria y trae en su recuerdo a cada militante de quienes no supo más nada y aún continúan desaparecidos.
 
La imprenta


"Rulo" y "Luis" son dos de los represores que la secuestraron de su domicilio. Se la llevaron porque en ese lugar estaba instalada la imprenta del Partido Socialista de los Trabajadores, a pesar de que ella desconocía ese dato, y sólo sabía de las máquinas que pertenecian a su negocio de estampado de ropa.
 
 El horror, junto a su hijo

"Me amenazaron permanentemente: te lo vamos a matar". Durante los primeros días estuvo junto a su hijo, ella en la Cuadra y él en una de las oficinas. "Una vez lloraba tanto que me llevaron a hacerlo dormir, y luego me volvieron a la cuadra".
Un compañero se acercó a ella para calmarla: "Yo estaba sacada en ese momento. Y este compañero me calmó, me dijo que no me preocupara porque nadie me conocía y que iba a salir pronto".
 
Testigo 106: Declara Nora Judith Sorrento


Vivía en Cordoba junto a su hijo de 3 años Habían venido de Buenos Aires y ella generó su negocio de fabricación y estampado de ropa. La tarde del 21 de septiembre salió a caminar junto a su hijo y al volver se dió con tres falcon que asediaban la casa. "Entraron y nos ataron a mi y otra compañera que había venido a usar el teléfono". Después los subieron a los autos: "No pude ver bien el camino, por los golpes que nos daban y por mi preocupación por mi hijo".
 
De un torturado a su torturador

"Una vez entró en la oficina en que me interrogaban una persona que me levantó del suelo y me dijo: 'si algún día estoy en tus codiciones quiero que me mires a la cara y actúes como yo actué con vos'. A esa persona, que tuvo un trato respetuoso conmigo, quiero dirigirme si es que se encuentra en esta sala. Quiero decirle a esa persona, que aquí hay un Tribunal democrático que los juzga hoy. Él tiene la posibilidad de defenderse. Le quiero preguntar está en las mismas condiciones que estaba yo". Según el testigo, esa persona se hacía llamar "Mayor Ferreyra" y por haberlo visto por televisión durante el levantamiento de Semana Santa, cree que podría ser Barreiro.
 
Dirigente gremial

"Se me acusaba de ser responsable junto con Villa, de adoctrinar ideológicamente a los trabajadores de Perkins, de hacer acciones subversivas ligadas a la conducción de la empresa. Eramos la guerrilla fabril y querían datos de eso, de las armas del sindicato, de las reuniones de jefes de organizaciones subversivas".
"Absolutamente nosotros estamos convencidos que la empresa posibilitó las detenciones y favoreció la represión", afirma y se quiebra su voz por primera vez en todo el testimonio, al recordar los compañeros del gremio que fueron asesinados por la dictadura: Pedro Ventura Flores, Adolfo Ricardo Luján, Hugo Alberto García, José Antonio Apontes, Víctor Hugo González, Abel Pucheta y César Jerónimo Córdoba.
 
 El secuestro

Lo secuestraron a principios de 1977 del campo en que se ocultaba.
Fue salvajemente torturado en el D2 hasta perder la conciencia. Supo que quien lo había picaneado era un tal "Vega", aunque no puede afirmarlo del todo. Cuando despertó, había perdido piezas dentales y estaba e condiciones infrahumanas. Lo cargaron en un vehículo y lo llevaron a lo que luego supo, era la cuadra de la Perla. "Había mucha gente en ese lugar".
Allí lo interrogaban bajo la acusación de que en el gremio funcionaba una especie de hospital de campaña para militantes. "Yo les dije que teníamos una sala donde había un médico. Y que teníamos dos consultorios odontológicos, eran consultorios para los afiliados al gremio y sus familias. Me dijeron mentiroso". Ante la pregunta de por qué lo detuvieron a él, siendo que su actividad era legal, la respuesta era siempre la misma: que eran subversivos apátridas, y que habíamos logrado introducir la subversión al gremio.
 
Cómo se afecta la familia

El testigo dedica especiales palabras a le reflexión de cómo se adecua la vida familiar de un dirigente perseguido. "A fines del 75 nació mi segunda hija, y nosotros decidimos separarnos. Hablé con mi padre y le conté mi situación: si me encuentran me matan. Le pedí una mano, y me dijo que fuera a un campo en Villa de Soto".
Cuando lo fueron a buscar, primero fueron donde estaba su ex mujer y la interrogaron salvajemente, apuntando con un arma a la pequeña hija para conocer datos de su paradero: "mi mujer no sabía porque yo no le había dicho. La llevaron a la D2 junto a mi hija de 5 años".
 
Testigo 105: Declara Américo Rosa Aspitia

Fue dirigente del sindicato de Perkins. Cuenta cómo comenzó la persecución política debido a su "actividad legal como gremialista en lucha por los derechos de los trabajadores". En 1974 fue víctima de dos secuestros en la D2, una vez junto al delegado de la comisión interna, Juan Villa. Durante todo el tiempo, lo persiguieron y lo amenazaron en numerosas oportunidades.  "Eramos considerados extremistas y zurdos".
 
El significado del secuestro


"Fue una separación de mi vida, como si hubieran sido dos: una antes del secuestro y otra diferente después. Fuimos torturados, vejados, insultados, degradados, no eramos personas. En esos lugares y en las cárceles pudimos ver el abuso de poder de todas las fuerzas. militares, gendarmens, policías".
 
Compañeros

En esta oportnidad, está aquí para recordar los nombres de aquellas compañeras militantes con quienes compartió cautiverio. Así nombra a ana Mohaded, Isabel Giaobbe, Sara Waitman, entre otros. Después de un silencio largo y un sorbo de agua, la testigo recordó también los comentarios de Elsita Soria sobre su marido, quien fue terriblemente torturado hasta la muerte.
 
Mirame, soy tu torturador

A Isolina la sacaron del asiento de cemento en que permanecía para llevarla a un lugar donde fue sometida a tormentos, golpes, tortura, malos tratos. "Levantá la vista y mirame", le dijo su verdugo. Pero Isolina no quería mirar porque les habían dicho que el que viera algo no sobreviviría. "Pero este me dijo que quería que lo mirara, quería que viera quién era mi torturador, me dijo que era 'el gato'".
En la sala de audiencias, las cámaras toman la desencajada cara del imputado Gómez, ex policía de la D2, de apodo "Gato".
 
Testigo 104: Declara Tránsito Isolina Guevara


Fue detenida el 19 de enero de 1977, mientras se encontraba en su lugar de trabajo, en la Clínica del Niño. "Tres hombres de traje, me subieron a un falcon y me aplastaban la cabeza con el pie hasta que llegamos a la D2".
Ya había declarado en este Tribunal en el marco de la causa Albareda, en 2009.

Fuente: http://www.eldiariodeljuicio.com.ar