El ingeniero Simón Dasenchich relató cómo una patota del Tercer Cuerpo de Ejército asesinó a Jorge Cazorla y recapturó a Graciela Geuna. Un libro sobre La Perla le puso nombres a quienes para el testigo eran víctimas anónimas.
“Escucho uno o dos estampidos que proceden de la ruta 20. Un muchacho con el torso desnudo corre en dirección al centro. Se siente un nuevo estampido y él cae. Giro la cabeza buscando la procedencia del sonido, y veo un Fiat 125 o 128, con la tapa del baúl abierto, y al lado una persona levantándose, como si hubiera estado rodilla al piso con un arma en la mano… y corre hacia el caído”.
“Corro para comentar al guardia lo que vi, cuando veo que viene corriendo una jovencita, gritando: ‘¡Sálvenme! ¡Me van a matar!’. Era muy jovencita. La venían persiguiendo y ella cae, con las manos atadas atrás, y en un santiamén el que venía atrás con un revólver en la mano, muy corpulento, la levanta y se la lleva”.
Estas dos escenas que relató Dasenchich a los jueces del Tribunal Oral Federal Nº 1 habían quedado congeladas en su memoria desde aquella siesta del 10 de junio de 1976, cuando salía de su trabajo en el Área Material Córdoba (AMC) y se topó con el desesperado intento de fuga de Jorge Omar Cazorla y Graciela Susana Geuna, esposos y militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Sus perseguidores integraban la patota del campo de concentración de La Perla, a donde finalmente fueron llevados, él muerto y ella viva.
En vano intentó el testigo que los militares de la Fuerza Aérea que custodiaban el ingreso a la AMC impidieran, o al menos dejaran constancia, del secuestro: “Me volví a mi lugar de trabajo e hicimos un acta con dos copias, con las que volvimos a la guardia. El oficial a cargo no me dio bola y dijo que ellos tenían su propio protocolo de actas”.
Entonces se dirigió a la Seccional 10ª de la Policía para hacer una denuncia. Como no llevaba su documento de identidad, el sumariante le retuvo el acta y le dijo que esperara, porque lo iban a llevar en un móvil a su casa a buscar el documento. A Dasenchich la propuesta le pareció sospechosa, en un descuido se retiró y “el acta quedó en la Seccional 10ª”. Fue su último contacto con el caso, hasta 37 años después.
- ¿Qué fue lo que determinó que usted haya contando esta historia en este juicio? –le preguntó este diario al salir de la audiencia.
- Haber leído el libro “La Perla” (de los periodistas Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo), porque una cosa es recordar hechos anónimos que uno sabe que ha visto, y otra cosa es que esos hechos tengan nombre y apellido.
Así fue que Dasenchich se puso en contacto con Geuna. Los abogados que la representan como querellante –y luego la Fiscalía- lo propusieron como testigo, para que por fin pudiera despojarse de “la carga emocional de haber visto algo y no haber podido resolver nada de todo lo que pasó”.
Fuente: http://cordoba.infonews.com
“Escucho uno o dos estampidos que proceden de la ruta 20. Un muchacho con el torso desnudo corre en dirección al centro. Se siente un nuevo estampido y él cae. Giro la cabeza buscando la procedencia del sonido, y veo un Fiat 125 o 128, con la tapa del baúl abierto, y al lado una persona levantándose, como si hubiera estado rodilla al piso con un arma en la mano… y corre hacia el caído”.
“Corro para comentar al guardia lo que vi, cuando veo que viene corriendo una jovencita, gritando: ‘¡Sálvenme! ¡Me van a matar!’. Era muy jovencita. La venían persiguiendo y ella cae, con las manos atadas atrás, y en un santiamén el que venía atrás con un revólver en la mano, muy corpulento, la levanta y se la lleva”.
Estas dos escenas que relató Dasenchich a los jueces del Tribunal Oral Federal Nº 1 habían quedado congeladas en su memoria desde aquella siesta del 10 de junio de 1976, cuando salía de su trabajo en el Área Material Córdoba (AMC) y se topó con el desesperado intento de fuga de Jorge Omar Cazorla y Graciela Susana Geuna, esposos y militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Sus perseguidores integraban la patota del campo de concentración de La Perla, a donde finalmente fueron llevados, él muerto y ella viva.
En vano intentó el testigo que los militares de la Fuerza Aérea que custodiaban el ingreso a la AMC impidieran, o al menos dejaran constancia, del secuestro: “Me volví a mi lugar de trabajo e hicimos un acta con dos copias, con las que volvimos a la guardia. El oficial a cargo no me dio bola y dijo que ellos tenían su propio protocolo de actas”.
Entonces se dirigió a la Seccional 10ª de la Policía para hacer una denuncia. Como no llevaba su documento de identidad, el sumariante le retuvo el acta y le dijo que esperara, porque lo iban a llevar en un móvil a su casa a buscar el documento. A Dasenchich la propuesta le pareció sospechosa, en un descuido se retiró y “el acta quedó en la Seccional 10ª”. Fue su último contacto con el caso, hasta 37 años después.
- ¿Qué fue lo que determinó que usted haya contando esta historia en este juicio? –le preguntó este diario al salir de la audiencia.
- Haber leído el libro “La Perla” (de los periodistas Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo), porque una cosa es recordar hechos anónimos que uno sabe que ha visto, y otra cosa es que esos hechos tengan nombre y apellido.
Así fue que Dasenchich se puso en contacto con Geuna. Los abogados que la representan como querellante –y luego la Fiscalía- lo propusieron como testigo, para que por fin pudiera despojarse de “la carga emocional de haber visto algo y no haber podido resolver nada de todo lo que pasó”.
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