Se sumaron testimonios sobre los secuestros de un grupo de militantes de la Federación Juvenil y el Partido Comunista, en septiembre de 1976.
Por Alexis Oliva - (El Argentino, edición Córdoba)
En el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los campos de concentración del Tercer Cuerpo de Ejército en Córdoba declaró Sergio Kogan, hermano mellizo de Hugo, secuestrado el 22 de septiembre de 1976. El testigo relató que esa madrugada entraron a su casa de Alta Córdoba “siete u ocho hombres de civil y armados”, que preguntaron por su hermano. “Yo les dije que podría estar festejando, porque era el Día de la Primavera. Revisaron la casa y arriba del televisor había una tarjeta de saludo del Año Nuevo judío. La miraron, le preguntaron a mi madre qué era y dijeron: ‘Ah, estos son judíos’”, relató Sergio.
Cuando un rato después llegó Hugo, “lo identificaron y se lo llevaron”. Ese mismo día la familia comenzó una larga búsqueda, que incluyó gestiones ante las policías provincial y federal y el Ministerio del Interior, numerosos recursos de habeas corpus presentados ante la Justicia Federal y notas a organismos internacionales de derechos humanos.
Una de esas “infinitas gestiones” fue una carta enviada por su madre el 12 de octubre del 76 al entonces general Luciano Benjamín Menéndez, que en la audiencia Kogan leyó emocionado: “Ruego a usted, en su carácter de comandante del Tercer Cuerpo, me informe si (su hijo Hugo Kogan) se halla a disposición de ese comando, ya que desconozco totalmente su paradero. (…) Quiero dejar constancia que mi hijo pertenece a la Federación Juvenil Comunista, por lo tanto su actividad siempre ha sido pública. (…) Recurro a usted porque seguramente es la persona indicada para decirme dónde está mi hijo. (…) Lo estoy haciendo como una madre desesperada, que no tiene a quien recurrir. Sea quien sea el que se ha llevado a mi hijo, se trata de un acto cruel e inhumano, que priva a la familia de una noticia sobre un ser querido. Por qué castigar así a alguien que sólo tiene ideales y lucha por ellos sin sangre y sin muerte”.
La respuesta fue una escueta nota firmada por el teniente coronel Miguel Raúl Gentili: “El Ejército Argentino no hace procedimientos de civil, por lo que este comando desconoce la situación de su hijo, ya que no se encuentra detenido o alojado en ninguna unidad carcelaria de su jurisdicción”. “Mi madre falleció en el 2003 y nunca pudo hablar con nadie que le diga un dato concreto de Hugo”, concluyó Kogan.
A continuación declaró Eduardo Di Mauro, apresado el 4 de octubre del 76 y trasladado a la Perla: “Así que sos Di Mauro, de los famosos Di Mauro que andan haciendo la revolución por la Patagonia. Vos debés tener mucho que contar”, le dijeron sus captores. Se referían a los mellizos Di Mauro, padre y tío del testigo, militantes comunistas y titiriteros. El testigo refirió que estuvo detenido durante 14 horas en La Perla, donde pudo ver con vida a Enrique “Huevo” Guillén, su compañero de la Facultad de Filosofía, quien está desaparecido.
Luego testificó Raquel Sosa, esposa de Raúl Horacio Trigo, conocido militante de la juventud y el Partido Comunista (PC), secuestrado el 20 de junio del 76 luego de que un comando del Ejército acribillara el frente del edificio donde ambos vivían, en barrio Pueyrredón. Allí mataron a una mujer que desde un piso superior al suyo les gritaba: “¡Asesinos y lacayos a sueldo!”, y luego allanaron su departamento, de donde “arrancaron” a su marido.
Fue el primero de una serie de secuestros de miembros de la FJC y el PC, que incluyó a Rubén Goldman, Hugo Kogan, David Yaco Pérez; David Kolman, su esposa Eva Wainstein y su hija Marina Kolman, y el matrimonio de Enrique Guillén y Mónica Protti. “Parece que particularmente se ensañaban con la gente del partido en primavera, porque para la misma época del ‘77 y el ‘78 vuelven a caer otros grupos”, reflexionó la testigo.
Retazos de memoria
La última testigo en prestar declaración en la audiencia 79 de la megacausa, fue Stella Maris Molina, quien militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y estuvo detenida en los campos de La Perla y La Ribera, en las cárceles cordobesas del Buen Pastor y barrio San Martín, y en la prisión de Villa Devoto, en Capital Federal.
Al momento del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, Stella Maris cursaba cuarto año del secundario, en el colegio Manuel Belgrano. La persecución del régimen militar a los miembros de la UES la obligó a ella y su familia a mudarse en numerosas ocasiones, hasta que el 31 de diciembre del '76 fue secuestrada en barrio Empalme por una “patota” del Ejército que la introdujo en el baúl de un auto para llevarla a La Perla.
Allí, luego de interrogarla y someterla a una golpiza, le mostraron a un joven prisionero: “Trajeron a un compañero entre dos gendarmes o personal del ejército, y cuando lo vi pensé: ‘Ah, Federico’. Reconocí al compañero que traían. En ese momento sentí un fuerte enojo, porque él había dicho mi nombre y yo estaba ahí. Entonces él se baja los pantalones y me muestra cómo lo habían picaneado en los genitales. Entonces, yo pensé: ‘Qué estoy haciendo’, me acerqué, lo abracé y le dije: ‘No me pidas perdón, soy yo quien tiene que pedirte disculpas... Nosotros no somos culpables de nada’. Fue la última vez que lo vi”.
Muchos años después, su trabajo en el Archivo Provincial de la Memoria le permitió conocer que el verdadero nombre de aquel joven era Antonio Ramírez, quien continúa desaparecido. “Han pasado muchísimos años y uno tiene retazos de memoria que permitieron ponerle nombre a muchos compañeros –dijo Molina sobre el final de su testimonio-. Mi profundo reconocimiento a los organismos de derechos humanos. Hoy es 18 de septiembre y se cumplen siete años de la desaparición de Julio López. Gracias por permitirme poner en palabras lo que durante tantos años no teníamos dónde decir”.
Por Alexis Oliva - (El Argentino, edición Córdoba)
En el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los campos de concentración del Tercer Cuerpo de Ejército en Córdoba declaró Sergio Kogan, hermano mellizo de Hugo, secuestrado el 22 de septiembre de 1976. El testigo relató que esa madrugada entraron a su casa de Alta Córdoba “siete u ocho hombres de civil y armados”, que preguntaron por su hermano. “Yo les dije que podría estar festejando, porque era el Día de la Primavera. Revisaron la casa y arriba del televisor había una tarjeta de saludo del Año Nuevo judío. La miraron, le preguntaron a mi madre qué era y dijeron: ‘Ah, estos son judíos’”, relató Sergio.
Cuando un rato después llegó Hugo, “lo identificaron y se lo llevaron”. Ese mismo día la familia comenzó una larga búsqueda, que incluyó gestiones ante las policías provincial y federal y el Ministerio del Interior, numerosos recursos de habeas corpus presentados ante la Justicia Federal y notas a organismos internacionales de derechos humanos.
Una de esas “infinitas gestiones” fue una carta enviada por su madre el 12 de octubre del 76 al entonces general Luciano Benjamín Menéndez, que en la audiencia Kogan leyó emocionado: “Ruego a usted, en su carácter de comandante del Tercer Cuerpo, me informe si (su hijo Hugo Kogan) se halla a disposición de ese comando, ya que desconozco totalmente su paradero. (…) Quiero dejar constancia que mi hijo pertenece a la Federación Juvenil Comunista, por lo tanto su actividad siempre ha sido pública. (…) Recurro a usted porque seguramente es la persona indicada para decirme dónde está mi hijo. (…) Lo estoy haciendo como una madre desesperada, que no tiene a quien recurrir. Sea quien sea el que se ha llevado a mi hijo, se trata de un acto cruel e inhumano, que priva a la familia de una noticia sobre un ser querido. Por qué castigar así a alguien que sólo tiene ideales y lucha por ellos sin sangre y sin muerte”.
La respuesta fue una escueta nota firmada por el teniente coronel Miguel Raúl Gentili: “El Ejército Argentino no hace procedimientos de civil, por lo que este comando desconoce la situación de su hijo, ya que no se encuentra detenido o alojado en ninguna unidad carcelaria de su jurisdicción”. “Mi madre falleció en el 2003 y nunca pudo hablar con nadie que le diga un dato concreto de Hugo”, concluyó Kogan.
A continuación declaró Eduardo Di Mauro, apresado el 4 de octubre del 76 y trasladado a la Perla: “Así que sos Di Mauro, de los famosos Di Mauro que andan haciendo la revolución por la Patagonia. Vos debés tener mucho que contar”, le dijeron sus captores. Se referían a los mellizos Di Mauro, padre y tío del testigo, militantes comunistas y titiriteros. El testigo refirió que estuvo detenido durante 14 horas en La Perla, donde pudo ver con vida a Enrique “Huevo” Guillén, su compañero de la Facultad de Filosofía, quien está desaparecido.
Luego testificó Raquel Sosa, esposa de Raúl Horacio Trigo, conocido militante de la juventud y el Partido Comunista (PC), secuestrado el 20 de junio del 76 luego de que un comando del Ejército acribillara el frente del edificio donde ambos vivían, en barrio Pueyrredón. Allí mataron a una mujer que desde un piso superior al suyo les gritaba: “¡Asesinos y lacayos a sueldo!”, y luego allanaron su departamento, de donde “arrancaron” a su marido.
Fue el primero de una serie de secuestros de miembros de la FJC y el PC, que incluyó a Rubén Goldman, Hugo Kogan, David Yaco Pérez; David Kolman, su esposa Eva Wainstein y su hija Marina Kolman, y el matrimonio de Enrique Guillén y Mónica Protti. “Parece que particularmente se ensañaban con la gente del partido en primavera, porque para la misma época del ‘77 y el ‘78 vuelven a caer otros grupos”, reflexionó la testigo.
Retazos de memoria
La última testigo en prestar declaración en la audiencia 79 de la megacausa, fue Stella Maris Molina, quien militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y estuvo detenida en los campos de La Perla y La Ribera, en las cárceles cordobesas del Buen Pastor y barrio San Martín, y en la prisión de Villa Devoto, en Capital Federal.
Al momento del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, Stella Maris cursaba cuarto año del secundario, en el colegio Manuel Belgrano. La persecución del régimen militar a los miembros de la UES la obligó a ella y su familia a mudarse en numerosas ocasiones, hasta que el 31 de diciembre del '76 fue secuestrada en barrio Empalme por una “patota” del Ejército que la introdujo en el baúl de un auto para llevarla a La Perla.
Allí, luego de interrogarla y someterla a una golpiza, le mostraron a un joven prisionero: “Trajeron a un compañero entre dos gendarmes o personal del ejército, y cuando lo vi pensé: ‘Ah, Federico’. Reconocí al compañero que traían. En ese momento sentí un fuerte enojo, porque él había dicho mi nombre y yo estaba ahí. Entonces él se baja los pantalones y me muestra cómo lo habían picaneado en los genitales. Entonces, yo pensé: ‘Qué estoy haciendo’, me acerqué, lo abracé y le dije: ‘No me pidas perdón, soy yo quien tiene que pedirte disculpas... Nosotros no somos culpables de nada’. Fue la última vez que lo vi”.
Muchos años después, su trabajo en el Archivo Provincial de la Memoria le permitió conocer que el verdadero nombre de aquel joven era Antonio Ramírez, quien continúa desaparecido. “Han pasado muchísimos años y uno tiene retazos de memoria que permitieron ponerle nombre a muchos compañeros –dijo Molina sobre el final de su testimonio-. Mi profundo reconocimiento a los organismos de derechos humanos. Hoy es 18 de septiembre y se cumplen siete años de la desaparición de Julio López. Gracias por permitirme poner en palabras lo que durante tantos años no teníamos dónde decir”.
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