Desde España, el testigo Marcelo Britos relató cómo la Policía lo secuestró junto con otros tres adolescentes militantes de la Juventud Guevarista. Una de ellas, fue vista en el campo La Perla y asesinada en un operativo “ventilador”.
Por Alexis Oliva
(El Argentino, edición Córdoba)
Desde el consulado argentino en Madrid, el testigo Marcelo Raúl Britos declaró en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Córdoba durante la última dictadura. “Yo comencé a militar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) buscando que la sociedad sea más justa, se distribuyesen mejor las riquezas y no hubiese más pobres. Bueno... ideales de un chico. Justamente, hoy (por ayer) 11 de septiembre, del '73, con el golpe de Pinochet nos fuimos del colegio todos a la CGT, en la Vélez Sarsfield, porque queríamos defender la democracia en Chile. Yo tenía 14 años, pero veía que era algo negativo el golpe de Estado en Chile”, expresó al comenzar su relato por teleconferencia ante el Tribunal Oral Federal Nº 1.
El testigo contó que en 1975 se enroló en la Juventud Guevarista (JG), en la que comenzó a “leer cosas del marxismo”, hasta que desde antes del golpe del 24 de marzo del ‘76 los reiterados secuestros entre sus militantes los obligaron a refugiase en la clandestinidad. Ya en plena dictadura, en vísperas del 29 de mayo, su grupo de la JG se propuso conmemorar el aniversario del Cordobazo: “El acto era ir a la concesionaria de automotores en la calle La Tablada e intentar incendiar unos coches en el taller para distraer, porque el objetivo era ir a donde estaban los documentos, los pagarés, porque decíamos que era injusto que a la gente humilde le vendieran un coche y después estaba toda la vida pagándolo. Queríamos llegar a esos papeles y quemarlos, era nuestra forma de lucha”.
Pero la acción salió mal. Britos, con 16 años, y otros tres jóvenes de entre 14 y 17, fueron capturados por la policía y subidos a dos móviles que se dirigieron a un descampado. “Nos bajaron a empujones y tirones, insultándonos, pateándonos la cabeza –narró el testigo-. Yo escuché un disparo y uno que dijo: ‘Una menos’. Por supuesto que me asusté. Se escuchaba la radio: ‘¡Paren! ¡Paren! No hagan nada, que ya hicieron la denuncia’”.
Luego de ese fusilamiento simulado o fallido, los llevaron al Departamento de Informaciones D2 de la Policía donde fueron sometidos a torturas. “Al margen de la mojarrita, golpes, teléfono, que te golpeaban desde atrás con las manos los oídos y te dejaban sordo, de las vejaciones, de tirarnos en un patio cuando estaba lloviendo, que te caminaran por encima con los borceguíes, el único nombre que hasta hoy me da pánico es el del Gato. ‘Cuidado cuando venga el Gato’, decían. Se ensañaba conmigo, me pateaba hasta que uno le decía: ‘¡Pará, Gato, pará! No sé quién era”, relató Britos. Como se sabe, el apodo y la actitud corresponden al imputado ex sargento Miguel Ángel Gómez.
A una de las militantes que fue secuestrada con él, el testigo la conocía como Patricia. Recién en febrero de este año, en una visita al Archivo Provincial de la Memoria (que funciona en el ex D2) pudo conocer su verdadero nombre: Adriana Ruth Gelbspan, a quien vieron en el campo de concentración de La Perla y fue una de las ocho víctimas de un operativo “ventilador” (fusilamiento colectivo) perpetrado en Ascochinga el 1º de junio del ‘76, en el que según la fiscalía participaron varios de los acusados de este juicio.
Tras soportar en el D2 “los peores once días” de su vida, Britos fue recluido en la cárcel de barrio San Martín. En el ‘78, fue trasladado al penal bonaerense de Sierra Chica, donde recién fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. El 3 de septiembre de 1979 recuperó la libertad, vivió un tiempo en la casa de sus padres y luego se exilió en España. “Desde que me vine a vivir aquí, no le dije esto a nadie, ni a mi madre, porque hasta actualmente tengo miedo. Pero hay treinta mil personas que la pasaron peor que yo y los que perdieron a su familia y todo. Gracias por permitirme decir la verdad, por mantener la memoria de mis amigos y por intentar hacer justicia”, manifestó el testigo.
Por Alexis Oliva
(El Argentino, edición Córdoba)
Desde el consulado argentino en Madrid, el testigo Marcelo Raúl Britos declaró en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Córdoba durante la última dictadura. “Yo comencé a militar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) buscando que la sociedad sea más justa, se distribuyesen mejor las riquezas y no hubiese más pobres. Bueno... ideales de un chico. Justamente, hoy (por ayer) 11 de septiembre, del '73, con el golpe de Pinochet nos fuimos del colegio todos a la CGT, en la Vélez Sarsfield, porque queríamos defender la democracia en Chile. Yo tenía 14 años, pero veía que era algo negativo el golpe de Estado en Chile”, expresó al comenzar su relato por teleconferencia ante el Tribunal Oral Federal Nº 1.
El testigo contó que en 1975 se enroló en la Juventud Guevarista (JG), en la que comenzó a “leer cosas del marxismo”, hasta que desde antes del golpe del 24 de marzo del ‘76 los reiterados secuestros entre sus militantes los obligaron a refugiase en la clandestinidad. Ya en plena dictadura, en vísperas del 29 de mayo, su grupo de la JG se propuso conmemorar el aniversario del Cordobazo: “El acto era ir a la concesionaria de automotores en la calle La Tablada e intentar incendiar unos coches en el taller para distraer, porque el objetivo era ir a donde estaban los documentos, los pagarés, porque decíamos que era injusto que a la gente humilde le vendieran un coche y después estaba toda la vida pagándolo. Queríamos llegar a esos papeles y quemarlos, era nuestra forma de lucha”.
Pero la acción salió mal. Britos, con 16 años, y otros tres jóvenes de entre 14 y 17, fueron capturados por la policía y subidos a dos móviles que se dirigieron a un descampado. “Nos bajaron a empujones y tirones, insultándonos, pateándonos la cabeza –narró el testigo-. Yo escuché un disparo y uno que dijo: ‘Una menos’. Por supuesto que me asusté. Se escuchaba la radio: ‘¡Paren! ¡Paren! No hagan nada, que ya hicieron la denuncia’”.
Luego de ese fusilamiento simulado o fallido, los llevaron al Departamento de Informaciones D2 de la Policía donde fueron sometidos a torturas. “Al margen de la mojarrita, golpes, teléfono, que te golpeaban desde atrás con las manos los oídos y te dejaban sordo, de las vejaciones, de tirarnos en un patio cuando estaba lloviendo, que te caminaran por encima con los borceguíes, el único nombre que hasta hoy me da pánico es el del Gato. ‘Cuidado cuando venga el Gato’, decían. Se ensañaba conmigo, me pateaba hasta que uno le decía: ‘¡Pará, Gato, pará! No sé quién era”, relató Britos. Como se sabe, el apodo y la actitud corresponden al imputado ex sargento Miguel Ángel Gómez.
A una de las militantes que fue secuestrada con él, el testigo la conocía como Patricia. Recién en febrero de este año, en una visita al Archivo Provincial de la Memoria (que funciona en el ex D2) pudo conocer su verdadero nombre: Adriana Ruth Gelbspan, a quien vieron en el campo de concentración de La Perla y fue una de las ocho víctimas de un operativo “ventilador” (fusilamiento colectivo) perpetrado en Ascochinga el 1º de junio del ‘76, en el que según la fiscalía participaron varios de los acusados de este juicio.
Tras soportar en el D2 “los peores once días” de su vida, Britos fue recluido en la cárcel de barrio San Martín. En el ‘78, fue trasladado al penal bonaerense de Sierra Chica, donde recién fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. El 3 de septiembre de 1979 recuperó la libertad, vivió un tiempo en la casa de sus padres y luego se exilió en España. “Desde que me vine a vivir aquí, no le dije esto a nadie, ni a mi madre, porque hasta actualmente tengo miedo. Pero hay treinta mil personas que la pasaron peor que yo y los que perdieron a su familia y todo. Gracias por permitirme decir la verdad, por mantener la memoria de mis amigos y por intentar hacer justicia”, manifestó el testigo.
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