martes, 21 de octubre de 2014

Se encontraron restos óseos humanos en el predio del Centro Clandestino La Perla

Una esperanza para llegar a la verdad

El EAAF encontró restos en los hornos de cal de una estancia que usaba el represor Luciano Benjamín Menéndez, ubicada a ocho kilómetros de La Perla. “No podemos decir ciento por ciento que son de desaparecidos, pero las esperanzas son serias”, dijo el fiscal.

 Por Marta Platía - Desde Córdoba

Después de casi cuarenta años y por primera vez en una década de búsqueda se encontraron restos óseos humanos en el predio de La Perla: uno de los mayores campos de concentración que hubo en el país durante la última dictadura cívico-militar.

Anahí Ginarte, del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), no podía con su emoción: “No sabés lo que hemos llorado. Es la primera vez, desde el 2004 que empezamos a trabajar en las más de 15 mil hectáreas que tiene este lugar, que encontramos restos que serían de ésa época. Son un sacro, una costilla y fragmentos muy chiquitos, quemados, que estaban en los hornos de cal de La Ochoa”.

Cuando dice La Ochoa, la antropóloga se refiere al nombre de la estancia en la que el ex general y jefe del III Cuerpo de Ejército Luciano Benjamín Menéndez pasaba sus fines de semana cuando era quien decidía sobre la vida y la muerte en ésta y en otras diez provincias del noroeste argentino. Un sitio que distaba a unos ocho kilómetros del edificio de La Perla, donde se recluía, torturaba y mataba, y que componen los inmensos campos propiedad de ésa arma: más de 15 mil hectáreas de campo.

“Tuvimos muchos testimonios que nos hablaban de los hornos y hace sólo dos semanas que estamos trabajando en esta zona. Ayer entramos y hoy (por ayer) antes del mediodía, ya encontramos restos”, detalló Ginarte.

–¿Creen que podrían corresponder al tiempo de las ejecuciones de la dictadura?

–Suponemos que es posible, ya que sabemos que esos hornos se dejaron de usar para hacer cal en 1975... Y después los militares restringieron el acceso al lugar.

La hipótesis que se maneja es que esos restos corresponden a cuerpos que fueron inhumados en esos hornos para hacerlos desa-parecer. El fiscal Facundo Tro-tta, a cargo de la acusación por parte del Estado en el megajuicio La Perla, coincidió con Ginarte: “A esos hornos no accedía nadie salvo los militares. Menéndez pasaba sus fines de semana y cabalgaba por acá... Nosotros mismos, para llegar, tuvimos que sortear dos tranqueras y controles de soldados”.

Para el fiscal, el hallazgo “reaviva las expectativas que hemos tenido y han tenido los familiares. La reparación para las víctimas no sólo es la Justicia. La reparación real es que también se pueda restituir el cuerpo del desaparecido. Creo que todos sabemos que los juicios en sí mismos son una batalla ganada sólo por poder llevarlos a cabo. Pero encontrar los restos genera mucha esperanza”. Más allá del entusiasmo, Trotta intenta ser cauto: “No podemos decir ciento por ciento que los restos son de desa-parecidos, pero las esperanzas son serias”.
Desaparecer a los desaparecidos

Un integrante de la Justicia le dijo ayer a este diario que “fue un ex integrante del Ejército quien dio la pista de dónde estaban. Fue testigo y nos señaló el sitio”. El sitio es un gigantesco horno de piedra que se abre en tres bocas en una lomada del terreno de la estancia, y a unos siete del edificio del campo de concentración La Perla, que hoy funciona como Museo de la Memoria.

El hallazgo se dio en el marco de las investigaciones del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) que oficia de perito del Juzgado Federal Nº 3. Los fusilamientos y enterramientos clandestinos en La Perla y sus alrededores fueron denunciados por decenas de víctimas que declararon en el megajuicio, aunque sólo uno de los testigos, el arriero José Julián Solanille, pudo dar fe ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de haber visto con sus propios ojos “a Menéndez dándole órdenes (a un batallón de fusilamiento) para que dispararan a las personas. Yo estaba escondido con un amigo en una lomita y pudimos verlos. Eran más de cien jóvenes, muchos con los ojos tapados, con las manos atadas... Otros hasta los pies atados tenían. Les disparaban y caían en un pozo que les habían hecho cavar”. Solanille contó, aterrado por los recuerdos y la cercanía con los represores que escuchaban su declaración en la sala, que “después les tiraban gasoil y los quemaban. Ese olor a carne quemada, de noche y según el viento, se iba para mi casa (él vivía cerca para cuidar el ganado de su empleador). Mi mujer y mis hijos no aguantaban. Yo perdí el sueño. Era espantoso”.

De la repulsión al olor a carne quemada también dieron cuenta los propios represores. Una sobreviviente, Graciela Geuna, contó cómo el torturador Ricardo “Fogo” Lardone les confesó una vez a ella y a otro cautivo que “no podía soportar el olor a quemado” y que casi no podía dormir “por el recuerdo de los movimientos que hacen los brazos de los cuerpos que se están quemando”.

En cuanto a las funciones que cumplía la estancia La Ochoa, durante las ya 183 jornadas que lleva el juicio, los testigos revelaron que “allí llevaron a los abogados que eran del Partido Comunista, como un doctor (Salomón) Gerchunoff y (Roberto) Yankilevich, aunque también habían estado cautivos allí Eduardo Jenssen y Horacio “Chacho” Pietragalla, el padre de Horacio Pietragalla Corti, diputado del Frente para la Victoria.

“Yo lo vi a Gerchunoff –declaró Piero Di Monte, uno de los sobrevivientes de La Perla–. Estaba en muy mal estado, maltratado, en un camastro en La Ochoa. Le di de comer en la boca y hasta le acaricié el pelo. Le dije ‘no tenga miedo, no lo van a matar’. El me miró con cara de no entender. Lo que él no sabía es que tal vez de la estancia salía. De La Perla no. Di Monte, como otros prisioneros, fue obligado a realizar trabajos como esclavo de los represores.

Tanto Solanille como Di Monte relataron que Menéndez usaba esa estancia como su sitio de descanso los fines de semana y allí disfrutaba de sus caballos.

La importancia del hallazgo de ayer es aún inmensurable: a pesar de la cantidad de personas que mataron en La Perla (se estima que serían más de 2300), hasta ahora no se habían hallado restos humanos. El terreno es gigantesco. Sin embargo, se tiene certeza de que en algún sector se deben encontrar fosas.

Los sobrevivientes coincidieron en que el camión que los “trasladaba al pozo”, eufemismo de fusilamiento y muerte, iba y volvía en poco menos de 20 minutos desde el sitio donde descargaba a los que llevaban al muere hasta que regresaba vacío al edificio de La Perla.

Otra de las pruebas de los enterramientos clandestinos fue el planteo administrativo que realizó un militar, Bruno Laborda, quien en 2004 presentó una queja por escrito ante el entonces jefe del Ejército, Roberto Bendini, porque no había recibido un ascenso por el trabajo que se le encomendó y él realizó en 1979: de-senterrar con máquinas topadoras cadáveres, meterlos en tachos de metal de 20 litros con cal y trasladarlos en camiones hasta las Salinas de La Rioja. Laborda estaba sentado en el banquillo de los acusados en este juicio, pero murió en julio de 2013.

Ayer, los familiares de los desa-parecidos en La Perla estaban esperanzados y aguardaban con gran expectativa los resultados de las pericias del EAAF.