jueves, 31 de octubre de 2013

Megacausa La Perla : más testimonios sobre la represión

Los testigos aportaron evidencia sobre la represión a los militantes populares y revolucionarios desde el “Navarrazo”, en febrero de 1974. Carlos Orzaocoa reclamó que se investigue la apropiación del bebé que habría tenido su esposa antes de ser asesinada.

Por Alexis Oliva

En el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los campos de La Perla y la Ribera, el testigo Hugo Mansilla dio cuenta de la persecución que se desató tras el golpe de Estado policial del 27 de febrero de 1974 y la intervención federal a Córdoba, contra los empleados públicos provinciales que tenían militancia sindical y estaban identificados con el gobierno popular de Ricardo Obregón Cano y Atilio López.

Era “un grupo de 25 compañeros” que había ingresado en junio de 1973, luego de que la fórmula del Frente Justicialista de Liberación (FreJuLi) asumiera la Gobernación. Algunos habían participado en el Cordobazo y sufrido luego la cárcel, la persecución política o el despido. Como Hugo Estanislao Ochoa, “un viejo militante de gran prestigio en el área metalúrgica”, que trabajaba y era delegado en la Secretaría de Transporte; o Roberto Yornet, quien se desempeñaba como “inspector de control de precios” en la Secretaría de Comercio, donde Mansilla era delegado.

Con la intervención, “entró una gran patota armada” que inició “una decidida campaña de hostigamiento” contra el personal que había sido designado por decreto de Obregón Cano y López. “Con el solo nombre de quién te hizo entrar ya estabas sentenciado”, aseguró el testigo. Y no exageraba, ya que Ochoa fue secuestrado y desaparecido el 12 de noviembre del ‘75 y Yornet el 23 de julio del ‘76.

“Tuvimos muchos secuestrados”, dijo Mansilla antes de relatar que él también padeció esa experiencia, días después de ser cesanteado por las autoridades militares con el grupo de “perturbadores en potencia”. Paradójicamente, en la madrugada del 1º de mayo del ‘76 un grupo del Ejército tomó por asalto su casa y se lo llevó atado y vendado. Tras mantenerlo diez días cautivo en el campo de La Ribera, lo liberaron con una advertencia: “El que vuelve acá no cuenta el cuento”.

A continuación, declaró Andrés Antonio Maorenzic, hijo de Graciela del Valle Maorenzic y Antonio del Carmen Fernández, el legendario dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), ejecutado por el Ejército en Catamarca, el 12 de agosto de 1974. “Mi papá fue con un operativo que hace el ERP para recuperar armas como autodefensa, en lo que hoy es conocido como la masacre de Capilla del Rosario. Ahí lo fusilan a mi papá y otros quince compañeros más”, relató el testigo.

Sobre el destino de su madre, también militante del PRT-ERP y víctima de la megacausa, refirió que fue secuestrada, con María de las Mercedes Gómez de Orzaocoa, por el Comando Libertadores de América (CLA) -versión cordobesa de la Triple A-, el 21 de marzo del ‘75. Meses después, el comando ultraderechista “reivindicó el fusilamiento” de las militantes, en un volante que fue difundido por Canal 12. “Estaba marcado el apellido”, expresó Maorenzic antes de contar que también fueron apresados dos hermanos de su madre.

Por último, Carlos Orzaocoa testificó sobre la desaparición de su esposa María de las Mercedes, embarazada de siete meses. Abogado y ex miembro del PRT-ERP, el testigo relató que hasta esa fecha, cuando había una detención se esperaba “7 u 8 días hasta que un detenido se blanqueara. Era torturado y golpeado por la Policía, pero blanqueado. Se tenía noticia de él, se le podía acercar alimentos y ropa y designarle abogado. Lo trágico para mí y otros compañeros es que pasaron 7, 8 y más días y no blanqueaban ni a Mercedes ni a Graciela. La palabra desaparecido no estaba aún en nuestro léxico”.

El testigo siempre tuvo la convicción de que su esposa había alcanzado a dar a luz antes de ser asesinada. Su hija Mariana, quien al momento de la desaparición de su madre tenía dos años y “siempre ha buscado a su hermano o hermana”, se comunicó con Charlie Moore, un ex militante del PRT-ERP que estuvo prisionero en el Departamento de Informaciones D2 y vive en Inglaterra, quien había dado una entrevista al diario La Voz del Interior.

Al solicitarle información sobre el destino de su madre, Mariana Orzaocoa recibió un mail de Moore con una descripción de una prisionera embarazada que vio en el D2 alrededor del 25 de marzo del ‘75: “Era de baja estatura, tez muy pero muy blanca, no necesariamente pálida, de cachetes bien redonditos y cabello negro brilloso similar al de una china compañera criolla de las sierras. Los ojos eran bien oscuros y me dio la impresión de que no eran chicos, juzgando en comparación a la fisionomía de la cara. Tu mamá era de patas cortas y cadera ancha, quizás por el avanzado estado del embarazo”.

Tras citar esa descripción y aludir al lapso transcurrido entre el secuestro de Gómez y Maorenzik y la aparición del volante donde el CLA se atribuye el doble asesinato, Orzaocoa se dirigió al Tribunal: “Voy a solicitar que se investigue muy especialmente la situación de apropiación de mi hijo o hija, para que con el esfuerzo del Estado, de las Abuelas de Plaza de Mayo y el que vamos a poner nosotros y mi familia, podamos encontrarlo”.

sábado, 26 de octubre de 2013

Salvajismo de la represión previa al golpe militar en Córdoba

Mario Ferrero y Gonzalo Vaca Narvaja, familiares de víctimas del terrorismo de Estado, dieron cuenta del salvajismo de la represión previa al golpe militar en Córdoba.

En la audiencia 90 del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el circuito represivo del Tercer Cuerpo de Ejército, atestiguó Mario Roberto Ferrero, hermano de José Miguel Ferrero, secuestrado en la zona de Ferreyra el 18 de octubre de 1975, junto con los hermanos Oscar Domingo y Juan José Chabrol, con quienes militaba en la Juventud Guevarista del Partido Revolucionario de los Trabajadores.

A pesar de que aún existía un gobierno constitucional, la detención de los jóvenes no fue reconocida por ninguna fuerza de seguridad y Ferrero junto a Pablo Chabrol, padre de Oscar y Juan, asumieron la “dolorosa tarea” de visitar la morgue. “Conocíamos que había asesinatos y enfrentamientos fraguados donde pensábamos que podían aparecer los cadáveres de nuestros hermanos y amigos. Ver ahí personas mutiladas y desfiguradas fue muy terrible para mí. Los recuerdos duelen mucho”, dijo el testigo con la voz quebrada.

“Pasaron los días y alguien en la morgue nos dijo que no fuéramos más, que corríamos peligro, que nos iban a agarrar a nosotros también. Yo cuando me di cuenta que los chicos estaban muertos y que nuestras vidas corrían el mismo peligro, tomé la decisión de irme a trabajar al norte del país”, añadió.

Alrededor de veinte días después del secuestro, un comunicado de la banda ultraderechista Comando Libertadores de América, publicado en el diario La Voz del Interior, asumía que “los chicos habían sido ejecutados”, recordó Ferrero.

“Voy a mirar a las personas sentadas en el banquillo de los acusados –manifestó al terminar su declaración-, para pedirles que si les queda un resto de humanidad digan dónde están los restos de los familiares y digan donde están los nietos. Las abuelas tienen poco tiempo ya y necesitan encontrar sus nietos”.

Por su parte, Gonzalo Vaca Narvaja (foto), hijo del abogado y político Miguel Hugo Vaca Narvaja, secuestrado el 10 de marzo de 1976, relató que estando con sus padres en su casa de Villa Warcalde irrumpió “una horda de sujetos con armas de todo tipo”, que bajo amenazas y luego de saquear los objetos de valor se llevó al jefe de la familia.

En los días siguientes, la familia presentó habeas corpus y recurrió en vano al cardenal Raúl Primatesta, al dirigente radical Eduardo César Angeloz y al ex presidente Arturo Frondizi, quien les explicó que la situación estaba “muy difícil” y les sugirió “buscar una embajada para refugiarse en otro país”.

“Había un peligro inminente para toda la familia. Siguiendo con lo que habían hecho con los Pujadas (asesinados el 14 de agosto del 75), había una posibilidad cierta de que no quedara un Vaca Narvaja vivo en Córdoba”, explicó el testigo, antes de narrar lo que definió como “el asalto al consulado de México”, donde los “trece chicos y trece adultos” que integraban la familia acudieron en busca de asilo político el 23 de marzo del ‘76, en vísperas del golpe militar.

El 12 de agosto de 1976, Miguel Hugo (hijo), hermano mayor del testigo, fue sacado de la cárcel de San Martín y fusilado en un descampado junto a otros dos presos políticos, asesinato del que los Vaca Narvaja se enteraron durante su exilio en Mexico.

Al destino de su padre lo conocieron recién en 1985, cuando ya de regreso una abogada los citó para relatarles el hallazgo de los hermanos Carlos y Hugo Albrieu en abril del ‘76: “Mientras caminaban frente a las vías en la calle Liniers, se dan con una bolsa de polietileno, de la cual emerge una cabeza humana, que tenía un orificio en el ojo y daba más o menos entre 50 y 60 años. Llaman a la Comisaría 7ª, peritan, toman fotografías, se llevan la cabeza y nunca los llaman a declarar”. Tiempo después, al gestionar un certificado de domicilio, un policía les dijo:

-Ah, la (casa) de la cabeza…
-¿De quién era la cabeza?
-De Vaca Narvaja.

Luego de citar ese diálogo, el testigo reflexionó: “No hay una palabra para determinar en qué categoría poner a estos tipos. Yo soy editor y necesito una palabra para designarlos, pero no la he encontrado”.

Megacausa La Perla: “Nos deben 13.058 días de mi hermana”

Paula Mónaco Felipe y su tía Liliana Felipe atestiguaron la “calidad y cantidad” del daño que el terrorismo de Estado ocasionó a su familia, con la desaparición de Luis Mónaco y Ester Felipe. El rol encubridor de la Iglesia y el Poder Judicial.

Por Alexis Oliva

Cuando sus padres desaparecieron, Paula tenía 25 días de vida. Aquella madrugada del 11 de febrero de 1978 Luis Carlos Mónaco fue secuestrado de su departamento en Villa María, al mismo tiempo que su esposa Ester Silvia Felipe era arrancada de la casa de sus padres mientras hacía dormir a la beba. Él era periodista y camarógrafo; ella, estudiante de Psicología y trabajadora de la salud. Ambos militaban en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

A sus 36 años, Paula Mónaco Felipe, periodista residente en México, militante de H.I.J.O.S. y querellante en el juicio La Perla-La Ribera, comenzó ayer su testimonio frente al Tribunal Oral Federal Nº 1 de Córdoba explicando la calidad de la deuda que los acusados mantienen con ella: “Estas personas me deben una vida con mis padres, la alegría de jugar con ellos, un abuelo y una abuela para mi hijo… Tengo un hueco en mi vida”.

Luego del secuestro, la familia Felipe inició una infructuosa búsqueda del joven matrimonio, que incluyó denuncias en la Policía, recursos de habeas corpus ante el Juzgado Federal de Bell Ville y hasta una entrevista con el teniente coronel Mario Norberto Fornaris, director de la fábrica de pólvora de Villa María, quien afirmó que “seguro fue un ajuste de cuentas”. La misma respuesta obtuvieron del Arzobispo de Córdoba: “El cardenal Raúl Primatesta los recibió y les contestó: ‘Quizás fue un ajuste de cuentas o quizás se quisieron borrar’. La Iglesia debe ayudar a la gente, y él les dijo que recen”, relató la testigo.

“Mi familia también fue torturada con la extorsión”, recordó Paula antes de detallar una serie de llamados y visitas de personajes que aseguraban que sus padres estaban vivos y ofrecían datos falsos sobre su paradero, hasta que a través de sobrevivientes de La Perla pudieron saber que allí estuvieron cautivos y luego fueron asesinados. “Desde la desaparición de mi madre, mi abuela comenzó a marchitarse. Se enfermó y comenzó a sufrir asma; y cuando se conoció que estuvo en La Perla, se murió de tristeza”, expresó.

“Hoy me sorprende estar acá y es un privilegio, pero en este edificio protestábamos en la puerta. Acá vimos cómo, por el mismo túnel que hoy me entraron a mí para declarar, antes lo sacaban escondido a (Luciano Benjamín) Menéndez. Que esta institución hoy nos abra las puertas no solo es un logro de nuestra lucha, sino de un gobierno decidido. Estoy contenta de que se dé este ejercicio de civilidad y ellos sean juzgados, pero les recuerdo que mis padres siguen desaparecidos. Entonces, señores jueces, les exijo que los sigan buscando”, planteó al finalizar el testimonio.

La cifra de la ausencia

Compositora e intérprete de música popular, Liliana Felipe ingresó a la sala con un retrato de su hermana desaparecida. “No pude encontrar la foto más chica”, se excusó con picardía, antes de desplegar la gigantografía de metro y medio de lado y plantarla frente a los imputados: “¿Se acuerdan?”, les dijo. Del otro lado, sólo hubo silencio.

Acorde al tamaño de la imagen es la dimensión de la deuda, que en su caso se ocupó de cuantificar: “Me deben 13.058 días de la vida de mi hermana. A mí, a Paula, a los familiares y amigos, y al pueblo argentino”.

Sobre el destino de Ester y Luis, refirió que en 1985 pudo contactarse en España con la sobreviviente Liliana Callizo: “Me comentó que había visto a mi hermana Ester y a Luis en el campo de concentración de La Perla, que tenían una foto de un bebé y los habían trasladado a la semana de estar ahí. Ester no estaba bien, porque había tenido un parto muy difícil. Ella se acordaba de Ester con la blusa manchada por la leche que en ese tiempo le salía”.

Luego de que la testigo narrara cómo lo que en enero de 1976 comenzó como gira artística, luego del golpe de Estado se convirtió en su exilio en México, uno de los abogados defensores le preguntó si ella “había militado en la Argentina”. “Militaba estudiando piano. Toda mi vida he estado sentada al piano. Pero si volviera a vivir, sí militaría”, respondió Liliana, antes de retirarse despedida por el mismo sonido con que terminan sus actuaciones