miércoles, 29 de mayo de 2013

Sin custodia ni esposado Menéndez se atendió en una clínica

Una vecina de Alto Alberdi vio libre al genocida Luciano Benjamín Menéndez en un sanatorio privado sin custodia ni esposado.
Se trata del ex Jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, condenado a reclusión perpetua con el beneficio de la prisión domiciliaria, que se habría atendido ayer lunes en el Sanatorio Allende ubicado en el barrio Cerro de las Rosas de la ciudad de Córdoba.
“Estaba en el sanatorio Allende del Cerro y me quedé pasmada y boquiabierta, el mismísimo General Menéndez andaba como pancho por su casa, sin custodia policial, sin esposas, muy de traje sin corbata”, describió Silvana Sigali, vecina de barrio Alto Alberdi, quien se encontraba en dicho nosocomio entre las 14 a 14.30 horas.

“Tardé en identificarlo, lo miraba y me di cuenta que era Menéndez. Pasó por el lado mío, iba con otra persona que lo acompañaba, los dos de traje, camisa blanca”, denunció en diálogo con el programa radial Nada del Otro Mundo.
En declaraciones formuladas a Radio Universidad, Sigali expresó que “la persona que lo acompañaba no se mostraba como un custodio policial”.
“Todas las personas nos quedábamos boquiabiertos”, manifestó.
En este mismo sentido, Héctor Ferreyra, vecino de barrio Centro, también identificó a Menéndez siendo atendido en el Hospital Cardiológico sin custodia ni esposas hace unos meses.
"Iba a entrar cuando me tocaba el turno y cuando se abre la puerta del consultorio, salió este señor de adentro, nos miramos a los ojos de una manera insultante y me quedé pasmado", describió.
El presidente del Tribunal Oral Federal 1 (TOF1), Jaime Díaz Gavier, señaló que la condición de Luciano Benjamín Menéndez es de "arresto domiciliario".
"Tiene autorización para trasladarse con las personas que ejercen la tutela a asistencia médica pero con el compromiso de informar al Tribunal cualquiera de estos movimientos", expresó y agregó: "Me estoy anoticiando por ustedes (por los medios de los SRT)".
"De mí Tribunal no ha sido comunicada ninguna necesidad de traslado a una visita médica", deslindó aunque aclaró que podría haber sido autorizado por otro tribunal del país donde se lo encontró condenado a prisión perpetua con el derecho a arresto domiciliario.

 Pedido de inconstitucionalidad. Hugo Vaca Narvaja, abogado querellante en la Megacausa La Perla, indicó que van a pedir la inconstitucionalidad del beneficio de la prisión domiciliaria.
El modo en que se producen estas situaciones se deben a que el guarda designado es el hijo de Luciano Benjamín Menéndez, quien lo acompaña a las visitas médicas de su padre.
"El beneficio de la prisión domiciliaria se otorga a las personas mayores de 70 años", explicó y agregó que "el problema es que estas personas salen sin autorización del Tribunal".
"Vamos a pedir la inconstitucionalidad de la prisión domiciliaria en casos de delitos de lesa humanidad, donde la peligrosidad es evidente", explicó.
Además, los abogados que se desempeñan como querellantes en causas por violaciones a los derechos humanos pedirán un informe a la Justicia Federal para saber si el ex represor Luciano Benjamín Menéndez caminaba ayer por una clínica cordobesa, sin custodia, como denunció una vecina.
"Hay muchos trascendidos, razón por la cual queremos ser cautos, recabar e intercambiar información y, de ser necesario, pedir un informe (al Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1) sobre si estaba previsto que Menéndez concurriera ayer a un sanatorio", aseguró el abogado Miguel Ceballos.
El letrado insistió en que "Menéndez padece una afección pulmonar crónica y es requerido desde diferentes provincias (para ser juzgado), razón por la cual hay que saber dónde se encontraba ayer, si tenía un turno médico, si contaba con asistencia médica y si el eventual chequeo estaba relacionado con su enfermedad".

martes, 21 de mayo de 2013

“Yo me morí en La Perla”

LA SECUESTRADA QUE FUE OBLIGADA A INTERROGAR AL HIJO DE VIDELA

En el juicio que se realiza en Córdoba, Suzzara contó que los represores forzaban a los secuestrados a ejercer como “comandos de información en un fraguado campo de prisioneros”, donde enviaban a soldados que creían estar en manos “comunistas”.
Por Marta Platía

Desde Córdoba

Los hilos conductores de los testimonios en el megajuicio por los crímenes cometidos en el centro clandestino La Perla siguen siendo la tortura, el infinito dolor, la complicidad de la jerarquía eclesiástica y del Poder Judicial, y la frase de bienvenida de los represores a las víctimas: “Nosotros acá somos los que decidimos si se vive o se muere. De acá no te saca ni el Papa. No hay abogados ni jueces. Somos los dioses”. En ese contexto, una testigo relató cómo, estando secuestrada en La Perla, fue obligada junto a otras personas a interrogar a soldados a quienes se les hacía creer que habían caído en manos de “comunistas”: entre ellos, el hijo del propio dictador Jorge Videla.

El juicio tiene 44 imputados. Mientras Ernesto “El Nabo” Barreiro se escarba permanentemente las uñas o se ríe de oreja a oreja en los pasajes más atroces que lo involucran, Luciano Benjamín Menéndez volvió a su estado cuasivegetativo luego de la visible conmoción que le produjo el testimonio del arriero José Julián Solanille: el único hombre que declaró haberlo visto ordenar y presenciar un fusilamiento masivo en los pozos del campo de concentración.

Antes de la muerte de Videla se conoció que la Sala B de la Cámara Federal de Apelaciones de Córdoba, por mayoría, confirmó su procesamiento y el de Menéndez “como autores mediatos de los delitos de tentativa de violación agravada y abuso deshonesto agravado”. Por primera vez fueron imputados por crímenes de índole sexual, siguiendo la teoría del “autor mediato”. Esto es: no lo hicieron ellos directamente pero facilitaron las condiciones y permitieron que estos delitos sucedieran bajo sus respectivos mandos.

La declaración de la testigo Cecilia Suzzara dio una nueva vuelta de tuerca del sadismo del terrorismo de Estado. Cecilia fue secuestrada el día del golpe, el 24 de marzo de 1976, y permaneció torturada y sometida a la esclavitud en La Perla hasta abril de 1978: “En el medio del colmo de toda esta locura –relató–, los represores nos usaron para que ejerciéramos como ‘comandos de información’ en un fraguado campo de prisioneros en el que se supone dominaban los comunistas”.

Según narró Suzzara, “en los terrenos de La Perla habían armado una especie de campo de entrenamiento de soldados del Ejército Argentino que, supuestamente, habían caído en manos enemigas. Cavaron trincheras, pusieron luces y altoparlantes como en las películas, y hasta plantaron carpas. En una de esas carpas, a mí me obligaron a hablar con un soldado. El muchacho estaba destruido. Tenía el uniforme de fajina, los labios sangrantes. El realmente creía que estaba en un campo enemigo. De comunistas. Me acuerdo que rogaba por un vaso con agua. Estaba desesperado de sed. Yo tenía que obtener la mayor cantidad de datos: a qué compañía pertenecía, cuántos hombres tenía... Recuerdo que le pregunté si tenía familia. Me dijo que sí, que tenía esposa e hijos. Siguió pidiéndome agua. Se la di. Entonces terminó contestándome todo lo que le pregunté. Tiempo después me enteré, por los mismos represores, de que se trataba nada menos que del hijo del general (Jorge Rafael) Videla”. La tortura del terrorismo de Estado por partida doble: por un lado obligaban a las víctimas sometidas por los tormentos a “interrogar” a los soldados en formación, y por el otro, humillaban y mantenían en condiciones infrahumanas a sus propios jóvenes en instrucción. En esa perversa creación de los militares golpistas cayó hasta el propio hijo del dictador.

La declaración de Suzzara fue una de las más detalladas y terribles que se han escuchado en las últimas audiencias del megajuicio. Secuestrada por una patota en plena calle, fue torturada con saña en La Perla durante dos días y dos noches. Cuando su cuerpo y su alma no pudieron más, dio una dirección. “Teníamos que aguantar lo más que se pudiera hasta que los compañeros supieran que nos habían agarrado y se fueran de donde estaban... Yo pensé que nadie estaría ahí. Era una obra en construcción donde nos habíamos reunido. Nunca pensé que alguien pudiese estar viviendo en ese lugar.” Pero desgraciadamente no fue así. Cuando los represores que la llevaron en un auto le levantaron la venda, Cecilia vio con horror los rostros de una de sus compañeras: Silvina Parodi de Orozco, embarazada de seis meses y medio, y el de Daniel Orozco, su marido. Silvina es la hija de Sonia Torres, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo-Córdoba.

“Mi dolor, mi desesperación por eso, no se fue nunca. Dura hasta ahora. Con Silvina pudimos hablar en las duchas de La Perla, una vez que nos llevaron a bañarnos juntas. Ella estaba esperanzada porque la iban a llevar a la Cárcel de Mujeres del Buen Pastor para tener a su bebé. Pero estaba muy angustiada porque le habían hecho presenciar la tortura de Daniel... Y eso la había lastimado mucho.”

Del marido de Silvina, Daniel Orozco, un muchacho mendocino de apenas 22 años, estudiante de Economía en la Universidad de Córdoba, nunca más se supo nada. De Silvina, en cambio, sí: su hijo varón nació entre “el 25 de junio y el 5 de julio de 1976”. Luego, el rastro de Silvina se perdió para siempre. Sonia Torres, su madre, aún busca a su nieto y hasta le ha pedido por él al papa Francisco en una carta abierta.

Cecilia Suzzara es una mujer fuerte. Pero también es una mujer muy triste. Con sus ojos hinchados debajo de los rulos entrecanos, fue definitiva cuando le preguntaron cómo vivió después de los tormentos en La Perla: “¿Y quién le dijo que estoy viva? Yo me morí en La Perla”, le había contestado a Martín Fresneda, el actual secretario de Derechos Humanos cuando, en 2008, él le preguntó en calidad de querellante en el primer juicio a Luciano Benjamín Menéndez. Y ésa también fue su respuesta en esta última declaración, interrogada acerca de las secuelas que le quedaron luego de su paso por el campo de torturas y exterminio: “De allí no se sale nunca. Era un lugar adonde nos llevaron para matarnos. Allí no había celda para encerrarnos como prisioneros. Se ejerció todo el poder de dominación sobre cada una de las personas que estuvimos ahí. Nos expropiaron el cuerpo, nos expropiaron la cabeza. Nos redujeron a la servidumbre. Nos despersonalizaron. Nos vejaron. Teníamos toda una cotidianidad con nuestros represores, con nuestros captores –la mujer llora, y hace fuerza para seguir–. Es muy fuerte para quien estuvo ahí, y difícil para los de afuera comprender lo que hicieron con nosotros. Nos mataron. Tuvieron un poder absoluto sobre nosotros. Uno se muere ahí adentro”.

En uno de los tantos pasajes dolorosos de su relato, contó la atroz agonía de Luz Mujica de Ruarte: una mujer a la que secuestraron con un médico, Enrique Fernández Samar. “El recibió las peores torturas: la que daban con picana y con palos. La mezcla de electricidad con golpes destruía los riñones y no podían orinar. Los compañeros que eran torturados así morían hinchados y en medio de terribles padecimientos. María Luz tuvo una agonía espantosa: padeció fiebres, convulsiones y una regresión a la niñez. Llamaba a su mamá, pedía por sus seres queridos y nos turnábamos para consolarla, para hacer de cuenta de que éramos su madre, y le hablábamos como si fuera una chiquita para consolarla en su colchoneta de la cuadra... Cuando se la llevaron creo que ya estaba muerta.”

A la salida de su declaración, Cecilia Suzzara fue aplaudida por el público de la sala de audiencias del Tribunal Federal N° 1, donde se está llevando a cabo este megajuicio. Entre el mar de abrazos, hubo uno que desarmó en lágrimas a todos: fue cuando Sonia Torres, la mamá de Silvina Parodi, se acercó a Suzzara y ambas se abrazaron larga, entrañablemente. Un abrazo que supo a perdón, a inmensa comprensión y dispersó en el hall de Tribunales la grandeza de una Sonia que, con sus 83 años, no se dejó ganar por odios ni rencores, sigue de pie y no se detiene.

miércoles, 15 de mayo de 2013

La Perla: La Fiscalía pidió detener a un ex policía de Bell Ville por secuestro y torturas

El testimonio de los hermanos Bondone, apresados en marzo del ‘76 junto a su padre, muestra que la represión institucional comenzó mucho antes del golpe de Estado y algunos de sus protagonistas aún gozan de impunidad.

Por Alexis Oliva
(El Argentino, edición Córdoba)

A partir del testimonio de dos hermanos de una familia de Bell Ville que fue víctima de la represión, el fiscal Carlos Gonella pidió la detención del policía Antonio Reginaldo Castro -actualmente jubilado-, quien se desempeñó en esa ciudad en tiempos del terrorismo de Estado.

Los hermanos Lisandro Luis y Mariano José Bondone tenían 19 y 18 años cuando, cuatro días después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, fueron secuestrados junto con su padre Luis José, abogado y militante del Partido Comunista (PC), quien había representado a presos políticos y víctimas de las fuerzas de seguridad.

Según narró Lisandro, desde la intervención federal a Córdoba, en marzo de 1974, la actividad política y profesional de su padre le deparó “el odio de la policía local”, al mando de Raúl Pedro Telleldín, quien junto al imputado Héctor Vergez fue uno de los creadores del Comando Libertadores de América, versión cordobesa de la Triple A. La impunidad de la patota parapolicial se tradujo en Bell Ville en una serie de atentados explosivos contra referentes políticos y abogados progresistas.

“Una noche colocaron una bomba en la casa del doctor Aldo Lacreu, que también militaba en el PC. Conocíamos que eran elementos policiales y sabíamos en qué autos se manejaban. Identificábamos un Fiat 128 blanco con el capot azul, que tenía el escape roto. Después de que sonó la bomba en la casa Lacreu, escuchamos a ese auto detenerse frente a nuestra casa, y después le dieron arranque a toda velocidad. Entonces, yo encontré una mecha. Quisieron poner una bomba y algo les hizo fallar el atentado”, recordó.

Al asumir en julio del ‘75 la jefatura del Departamento de Informaciones D2, centro de detención que funcionó en el Cabildo de Córdoba, Telleldín fue reemplazado por su segundo, Antonio Castro. Él comandó el grupo que secuestró a los Bondone el 28 de marzo del ‘76 y los trasladó a la comisaría de Bell Ville y luego a la de Villa María. “Subversivos, acá van a decir la verdad, si no les vamos a dar con todo”, les anunció el comisario villamariense, según declaró el testigo.

“Me sacaron los anteojos, me pusieron la venda y empezaron los golpes. La pregunta era: ‘¿Quiénes son los comunistas?’ Yo adopté como principio no dar a conocer a nadie. Eso los enfurecía. ‘¿Quiénes son?’ ‘Yo’. ‘¿Y quién más?’ ‘Yo’. Me agarraban el pelo y me golpeaban contra los muebles. Me pegaron un rodillazo en el esternón. Eso se prolongó no sé cuánto tiempo. Reconocí la voz de Castro, en el interrogatorio y las torturas”, relató Lisandro, quien estuvo detenido hasta el 24 de diciembre del ‘76.

A su padre y su hermano menor los recluyeron en la cárcel de Córdoba, y luego en la de Sierra Chica, en Buenos Aires, hasta que fueron liberados en abril del 77. Pero ahí no terminó su odisea. “En el ‘78, de nuevo va Castro a casa y detiene a mi padre; lo trasladan a Villa María, lo esposan, lo cargan en una chata y lo llevan a La Perla”, señaló Mariano José. En el campo de concentración estuvo cautivo una semana y fue interrogado, junto con un grupo de abogados y militantes del PC, cuyo “delito” era impulsar la Asamblea Permanente de Derechos Humanos. Luego fue alojado en la penitenciaría de barrio San Martín, hasta su definitiva liberación.

“Quiero insistir en que Antonio Reginaldo Castro entró dos veces a mi casa, sin orden de allanamiento, y secuestró a mi padre”, dijo Bondone, quien también reveló que el policía “cuando sospechaba de alguien de izquierda, le daba el certificado de buena conducta, pero por detrás mandaba un informe a las facultades sobre el perfil ideológico”, lo que impidió que el menor de sus hermanos pudiera ingresar a Arquitectura.

“Me lo he cruzado muchas veces, hasta una vez en el supermercado. Mis hijos no le perdonan lo que hizo conmigo. No debería estar en libertad”, concluyó Mariano. Apenas terminó la declaración, Gonella solicitó al Tribunal que comunique al Fiscal de turno lo expuesto por los testigos para que “disponga la detención” del policía Castro.

Hoy, mientras Luis José Bondone sobrelleva una “insuficiencia coronaria severa, agravada por insuficiencia renal” que le impide presentarse como testigo, su victimario camina libremente por las calles de su ciudad. Pero no por mucho tiempo.