lunes, 2 de diciembre de 2013

El represor de la Perla,Ernesto Barreiro : pensamiento genocida en estado puro

El represor de La Perla, Ernesto "Nabo" Barreiro habla de listas,torturas y traslados.
Teníamos todo perfectamente detallado”
“Los ‘traslados’ los ordenaba el mando supremo, que se llevaba a los prisioneros vivos en camiones”, dijo Barreiro en una entrevista con el diario El Mundo, de España. También aseguró que “los altos mandos concurrían a La Perla y sabían lo que pasaba allí”.

“Hice lo que tenía que hacer.” “No debió haber desaparecidos, sino fusilados.” “Teníamos todo perfectamente detallado.” Las definiciones son del ex teniente Ernesto “Nabo” Barreiro, ex jefe de interrogadores en el centro clandestino de detención cordobés La Perla. El represor concedió una entrevista al periodista español Vicente Romero que fue publicada por el diario El Mundo. Admite el uso de la picana y otros “métodos de interrogatorio no ortodoxos”. “Nuestras órdenes eran obtener información como fuera”, asegura. Aquí, parte del reportaje.
–Algunos testigos aseguran que usted se jactaba de emplear un “método criollo” de tortura, unas “formas argentinas de tormento” en contraposición a la “escuela francesa” desarrollada por la contrainsurgencia en Argelia.

–Eso es una tontería. De esa “escuela francesa” se nos habló en la Escuela de Guerra como de un hecho histórico, pero nunca conformó una doctrina. Lo que yo decía es que en Argentina, tras el golpe militar, los oficiales de inteligencia tuvimos que arreglárnoslas por nosotros mismos e hicimos las cosas “a la criolla”. Por ejemplo, con el uso de las picanas eléctricas que se empleaban en la ganadería.
–Ya fuera a la francesa o a la criolla, la tortura se practicó de modo sistemático...

–Hicimos todo lo que no está incluido en la Convención de Ginebra. Pero en este momento yo no puedo decirlo.
–¿Espera usted ganar algo callando hechos probados?

–No. No me valdría de nada. La Perla no era precisamente un jardín de infantes. Y, por eso, nos están juzgando. Pero no me pida que yo, que era un oscuro teniente primero, diga lo que deberían decir mis superiores. Me encantaría contar todo lo que sé, pero mis superiores no quieren hablar y la suerte de mis subalternos dependen de lo que yo diga.
–Nadie habla. Se ha detenido, juzgado y condenado a numerosos responsables de la represión y seguimos sin tener informaciones precisas sobre la suerte de cerca de 30.000 desaparecidos bajo la dictadura.

–Sí. Fíjese que ya han fallecido entre rejas 223 prisioneros por crímenes de lesa humanidad. Pero tampoco fueron 30.000 los desaparecidos, sino siete mil y pico. En Córdoba, los archivos de la Memoria Histórica hablan de un millar de víctimas, entre muertos, presos y desaparecidos. Un día le pregunté a la secretaria del juzgado cuántas desapariciones estaban registradas desde un punto de vista judicial y me respondió que unas 400, incluyendo alguna de la época de Lanusse, desde 1971. Y eso que Córdoba era un foco revolucionario importante.
–¿No llevaban ustedes un registro de los detenidos?

–Sí, naturalmente. Teníamos todo perfectamente detallado, con datos de los prisioneros que pasaron por La Perla. Pero esos archivos ya no existen. Y nosotros somos quienes más lamentamos su pérdida. Porque si hubiera documentos oficiales servirían para establecer la verdad histórica de lo que ocurrió.
–¿Qué pasó con toda la documentación militar?

–El general (Cristino) Nicolaides ordenó destruirla, incinerándola. Yo maldigo esa orden, que bajó desde el alto mando hasta los últimos destacamentos.
–Además de los datos personales de los detenidos, ¿figuraba en los registros el destino final de cada uno de ellos?

–Sí. Se consignaba cuando eran “trasladados”.
–Querrá usted decir asesinados. “Trasladados” es el más siniestro de los eufemismos militares.

–La palabra “trasladados” tenía un significado amplio. Puede ser que fuesen ejecutados. Los “traslados” los ordenaba el mando supremo, que se llevaba a los prisioneros vivos en camiones. Pero de eso tampoco quiero hablar hasta que acabe el juicio.
–¿Cómo se decidía la muerte y la desaparición de un detenido?

–Eso pregúnteselo usted a mi comandante en jefe, el general (Luciano Benjamín) Menéndez.
–Hay numerosos testimonios de su actividad como torturador.

–No quiero entrar en detalles sobre lo que ocurrió. Pero me responsabilizo de cuanto hicieron o dejaron de hacer mis subalternos, incluyendo los interrogatorios con métodos no ortodoxos.
–¿Eso incluye violaciones de detenidas?

–Eso no. Se lo aseguro desde el fondo de mi alma. Al menos, que yo lo supiera. Pero hay que poner las cosas en su lugar. Sí que hubo algunas relaciones sexuales (...).
–Los interrogadores de La Perla, ¿podían hacer lo que quisieran con los detenidos?

–Nuestras órdenes eran obtener información como fuera.
–¿No les pedían cuentas de los daños que causaran?

–No hacía falta. Los altos mandos concurrían constantemente a La Perla y sabían perfectamente lo que pasaba allí. Tampoco podíamos pedir por favor a los prisioneros que hablaran.
–¿Se considera usted un mero instrumento de represión?

–Lo fui, desde un punto de vista militar. Yo era un hombre de ejército, preparado para cualquier eventualidad. He explicado al tribunal cómo piensa y siente una persona formada con el objetivo fundamental de cumplir órdenes. Nos preparan para matar y para morir. Y nos sacan a la calle para eso, no para otra cosa. Nuestra conducta está condicionada para eso. Mire, al piloto que arrojó la bomba atómica lo recibieron como un héroe, conscientes de las miles de personas que había matado. Y nosotros somos considerados unos asesinos.
–¿No se arrepiente de nada de lo que hizo?

–Hice lo que tenía que hacer. No estoy arrepentido. Pero hoy no volvería a hacerlo. Porque yo era un hombre de paz, estaba en contra del golpe de Estado y tuve que violentar mi posición política. En el ’77 ya decíamos, en panfletos militares de circulación interna, que corríamos el riesgo de que un día hubiera juicios como el de Nuremberg. Pero ahora no se puede entender lo que entonces vivimos, con el idealismo de los veinte años y la adrenalina cotidiana, cuando uno salía de casa cada día esperando que la guerrilla lo matara. Yo tuve que pelear. Y lo hice convencido, para impedir que Argentina se convirtiera en otra Cuba.
–¿Nunca se planteó que los métodos criminales del terrorismo de Estado no eran válidos?

–La incompetencia de nuestros mandos militares, de quienes tomaron las decisiones, era muy grande. Algunos comprendimos que era una barbaridad hacer todo de forma irregular. No tendría que haber desaparecidos, sino fusilados después de haber sido juzgados en consejos de guerra y condenados a muerte. No todos, sino quienes lo merecieran. Eso es lo que habría querido hacer el general Menéndez.

Durante el juicio, Barreiro admitió que solía tumbarse al lado de la detenida Graciela Soldan para mantener largas conversaciones. Varios testigos contaron que ella no quería morir con los ojos tapados y que Barreiro no sólo le había prometido quitarle la venda cuando la fusilaran sino que intentaría ser quien la matara. Pero el día que “trasladaron” a Graciela, el ex teniente se ausentó. Y ella le dejó un recado a gritos: “Díganle a Barreiro que es un cagón”.
–¿Es verdad eso?

–No. Sólo es folclore político, una leyenda. Nunca le prometí nada. Y tampoco habría podido hacer eso que dicen, porque excedía mi poder.
–Oficialmente, usted es católico. ¿Cree en Dios?

–Soy creyente, pero no practicante.
–¿Duerme usted bien?

–Como los dioses. Porque a mis 66 años, ya veo la vida de otra manera. Y me queda poco por hacer.
–Tiene cinco hijos...

–Sí. El mayor, de 42 años, y el menor, de 34.
–¿Sus hijos le han juzgado?

–Creo que no. Yo no pretendí formarlos ideológicamente y siempre fui muy liberal con ellos. Pienso que fui un buen padre. Y mantenemos una buena relación. Hay uno que no convalida mi pasado, pero tampoco puede ir en contra de su propia sangre. También tengo una esposa excepcional, comprensiva y luchadora.
–¿Es usted consciente de que no volverá a pisar la calle en libertad?

–Sí. Lo pienso constantemente. Pero Dios proveerá. Mi ánimo no cambia.

Barreiro está acusado de 228 privaciones ilegítimas de libertad agravadas, 211 casos de tormentos agravados y 13 de tormentos seguidos de muerte, 65 homicidios calificados y el secuestro de un menor de 10 años. En 1987 fue uno de los cabecillas del alzamiento carapintada, que se inició luego de que él se negara a presentarse ante la Justicia alegando obediencia debida. Luego de la anulación de las leyes de impunidad, se fugó a los Estados Unidos, de donde fue extraditado en 2007.

jueves, 31 de octubre de 2013

Megacausa La Perla : más testimonios sobre la represión

Los testigos aportaron evidencia sobre la represión a los militantes populares y revolucionarios desde el “Navarrazo”, en febrero de 1974. Carlos Orzaocoa reclamó que se investigue la apropiación del bebé que habría tenido su esposa antes de ser asesinada.

Por Alexis Oliva

En el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los campos de La Perla y la Ribera, el testigo Hugo Mansilla dio cuenta de la persecución que se desató tras el golpe de Estado policial del 27 de febrero de 1974 y la intervención federal a Córdoba, contra los empleados públicos provinciales que tenían militancia sindical y estaban identificados con el gobierno popular de Ricardo Obregón Cano y Atilio López.

Era “un grupo de 25 compañeros” que había ingresado en junio de 1973, luego de que la fórmula del Frente Justicialista de Liberación (FreJuLi) asumiera la Gobernación. Algunos habían participado en el Cordobazo y sufrido luego la cárcel, la persecución política o el despido. Como Hugo Estanislao Ochoa, “un viejo militante de gran prestigio en el área metalúrgica”, que trabajaba y era delegado en la Secretaría de Transporte; o Roberto Yornet, quien se desempeñaba como “inspector de control de precios” en la Secretaría de Comercio, donde Mansilla era delegado.

Con la intervención, “entró una gran patota armada” que inició “una decidida campaña de hostigamiento” contra el personal que había sido designado por decreto de Obregón Cano y López. “Con el solo nombre de quién te hizo entrar ya estabas sentenciado”, aseguró el testigo. Y no exageraba, ya que Ochoa fue secuestrado y desaparecido el 12 de noviembre del ‘75 y Yornet el 23 de julio del ‘76.

“Tuvimos muchos secuestrados”, dijo Mansilla antes de relatar que él también padeció esa experiencia, días después de ser cesanteado por las autoridades militares con el grupo de “perturbadores en potencia”. Paradójicamente, en la madrugada del 1º de mayo del ‘76 un grupo del Ejército tomó por asalto su casa y se lo llevó atado y vendado. Tras mantenerlo diez días cautivo en el campo de La Ribera, lo liberaron con una advertencia: “El que vuelve acá no cuenta el cuento”.

A continuación, declaró Andrés Antonio Maorenzic, hijo de Graciela del Valle Maorenzic y Antonio del Carmen Fernández, el legendario dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), ejecutado por el Ejército en Catamarca, el 12 de agosto de 1974. “Mi papá fue con un operativo que hace el ERP para recuperar armas como autodefensa, en lo que hoy es conocido como la masacre de Capilla del Rosario. Ahí lo fusilan a mi papá y otros quince compañeros más”, relató el testigo.

Sobre el destino de su madre, también militante del PRT-ERP y víctima de la megacausa, refirió que fue secuestrada, con María de las Mercedes Gómez de Orzaocoa, por el Comando Libertadores de América (CLA) -versión cordobesa de la Triple A-, el 21 de marzo del ‘75. Meses después, el comando ultraderechista “reivindicó el fusilamiento” de las militantes, en un volante que fue difundido por Canal 12. “Estaba marcado el apellido”, expresó Maorenzic antes de contar que también fueron apresados dos hermanos de su madre.

Por último, Carlos Orzaocoa testificó sobre la desaparición de su esposa María de las Mercedes, embarazada de siete meses. Abogado y ex miembro del PRT-ERP, el testigo relató que hasta esa fecha, cuando había una detención se esperaba “7 u 8 días hasta que un detenido se blanqueara. Era torturado y golpeado por la Policía, pero blanqueado. Se tenía noticia de él, se le podía acercar alimentos y ropa y designarle abogado. Lo trágico para mí y otros compañeros es que pasaron 7, 8 y más días y no blanqueaban ni a Mercedes ni a Graciela. La palabra desaparecido no estaba aún en nuestro léxico”.

El testigo siempre tuvo la convicción de que su esposa había alcanzado a dar a luz antes de ser asesinada. Su hija Mariana, quien al momento de la desaparición de su madre tenía dos años y “siempre ha buscado a su hermano o hermana”, se comunicó con Charlie Moore, un ex militante del PRT-ERP que estuvo prisionero en el Departamento de Informaciones D2 y vive en Inglaterra, quien había dado una entrevista al diario La Voz del Interior.

Al solicitarle información sobre el destino de su madre, Mariana Orzaocoa recibió un mail de Moore con una descripción de una prisionera embarazada que vio en el D2 alrededor del 25 de marzo del ‘75: “Era de baja estatura, tez muy pero muy blanca, no necesariamente pálida, de cachetes bien redonditos y cabello negro brilloso similar al de una china compañera criolla de las sierras. Los ojos eran bien oscuros y me dio la impresión de que no eran chicos, juzgando en comparación a la fisionomía de la cara. Tu mamá era de patas cortas y cadera ancha, quizás por el avanzado estado del embarazo”.

Tras citar esa descripción y aludir al lapso transcurrido entre el secuestro de Gómez y Maorenzik y la aparición del volante donde el CLA se atribuye el doble asesinato, Orzaocoa se dirigió al Tribunal: “Voy a solicitar que se investigue muy especialmente la situación de apropiación de mi hijo o hija, para que con el esfuerzo del Estado, de las Abuelas de Plaza de Mayo y el que vamos a poner nosotros y mi familia, podamos encontrarlo”.

sábado, 26 de octubre de 2013

Salvajismo de la represión previa al golpe militar en Córdoba

Mario Ferrero y Gonzalo Vaca Narvaja, familiares de víctimas del terrorismo de Estado, dieron cuenta del salvajismo de la represión previa al golpe militar en Córdoba.

En la audiencia 90 del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el circuito represivo del Tercer Cuerpo de Ejército, atestiguó Mario Roberto Ferrero, hermano de José Miguel Ferrero, secuestrado en la zona de Ferreyra el 18 de octubre de 1975, junto con los hermanos Oscar Domingo y Juan José Chabrol, con quienes militaba en la Juventud Guevarista del Partido Revolucionario de los Trabajadores.

A pesar de que aún existía un gobierno constitucional, la detención de los jóvenes no fue reconocida por ninguna fuerza de seguridad y Ferrero junto a Pablo Chabrol, padre de Oscar y Juan, asumieron la “dolorosa tarea” de visitar la morgue. “Conocíamos que había asesinatos y enfrentamientos fraguados donde pensábamos que podían aparecer los cadáveres de nuestros hermanos y amigos. Ver ahí personas mutiladas y desfiguradas fue muy terrible para mí. Los recuerdos duelen mucho”, dijo el testigo con la voz quebrada.

“Pasaron los días y alguien en la morgue nos dijo que no fuéramos más, que corríamos peligro, que nos iban a agarrar a nosotros también. Yo cuando me di cuenta que los chicos estaban muertos y que nuestras vidas corrían el mismo peligro, tomé la decisión de irme a trabajar al norte del país”, añadió.

Alrededor de veinte días después del secuestro, un comunicado de la banda ultraderechista Comando Libertadores de América, publicado en el diario La Voz del Interior, asumía que “los chicos habían sido ejecutados”, recordó Ferrero.

“Voy a mirar a las personas sentadas en el banquillo de los acusados –manifestó al terminar su declaración-, para pedirles que si les queda un resto de humanidad digan dónde están los restos de los familiares y digan donde están los nietos. Las abuelas tienen poco tiempo ya y necesitan encontrar sus nietos”.

Por su parte, Gonzalo Vaca Narvaja (foto), hijo del abogado y político Miguel Hugo Vaca Narvaja, secuestrado el 10 de marzo de 1976, relató que estando con sus padres en su casa de Villa Warcalde irrumpió “una horda de sujetos con armas de todo tipo”, que bajo amenazas y luego de saquear los objetos de valor se llevó al jefe de la familia.

En los días siguientes, la familia presentó habeas corpus y recurrió en vano al cardenal Raúl Primatesta, al dirigente radical Eduardo César Angeloz y al ex presidente Arturo Frondizi, quien les explicó que la situación estaba “muy difícil” y les sugirió “buscar una embajada para refugiarse en otro país”.

“Había un peligro inminente para toda la familia. Siguiendo con lo que habían hecho con los Pujadas (asesinados el 14 de agosto del 75), había una posibilidad cierta de que no quedara un Vaca Narvaja vivo en Córdoba”, explicó el testigo, antes de narrar lo que definió como “el asalto al consulado de México”, donde los “trece chicos y trece adultos” que integraban la familia acudieron en busca de asilo político el 23 de marzo del ‘76, en vísperas del golpe militar.

El 12 de agosto de 1976, Miguel Hugo (hijo), hermano mayor del testigo, fue sacado de la cárcel de San Martín y fusilado en un descampado junto a otros dos presos políticos, asesinato del que los Vaca Narvaja se enteraron durante su exilio en Mexico.

Al destino de su padre lo conocieron recién en 1985, cuando ya de regreso una abogada los citó para relatarles el hallazgo de los hermanos Carlos y Hugo Albrieu en abril del ‘76: “Mientras caminaban frente a las vías en la calle Liniers, se dan con una bolsa de polietileno, de la cual emerge una cabeza humana, que tenía un orificio en el ojo y daba más o menos entre 50 y 60 años. Llaman a la Comisaría 7ª, peritan, toman fotografías, se llevan la cabeza y nunca los llaman a declarar”. Tiempo después, al gestionar un certificado de domicilio, un policía les dijo:

-Ah, la (casa) de la cabeza…
-¿De quién era la cabeza?
-De Vaca Narvaja.

Luego de citar ese diálogo, el testigo reflexionó: “No hay una palabra para determinar en qué categoría poner a estos tipos. Yo soy editor y necesito una palabra para designarlos, pero no la he encontrado”.

Megacausa La Perla: “Nos deben 13.058 días de mi hermana”

Paula Mónaco Felipe y su tía Liliana Felipe atestiguaron la “calidad y cantidad” del daño que el terrorismo de Estado ocasionó a su familia, con la desaparición de Luis Mónaco y Ester Felipe. El rol encubridor de la Iglesia y el Poder Judicial.

Por Alexis Oliva

Cuando sus padres desaparecieron, Paula tenía 25 días de vida. Aquella madrugada del 11 de febrero de 1978 Luis Carlos Mónaco fue secuestrado de su departamento en Villa María, al mismo tiempo que su esposa Ester Silvia Felipe era arrancada de la casa de sus padres mientras hacía dormir a la beba. Él era periodista y camarógrafo; ella, estudiante de Psicología y trabajadora de la salud. Ambos militaban en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

A sus 36 años, Paula Mónaco Felipe, periodista residente en México, militante de H.I.J.O.S. y querellante en el juicio La Perla-La Ribera, comenzó ayer su testimonio frente al Tribunal Oral Federal Nº 1 de Córdoba explicando la calidad de la deuda que los acusados mantienen con ella: “Estas personas me deben una vida con mis padres, la alegría de jugar con ellos, un abuelo y una abuela para mi hijo… Tengo un hueco en mi vida”.

Luego del secuestro, la familia Felipe inició una infructuosa búsqueda del joven matrimonio, que incluyó denuncias en la Policía, recursos de habeas corpus ante el Juzgado Federal de Bell Ville y hasta una entrevista con el teniente coronel Mario Norberto Fornaris, director de la fábrica de pólvora de Villa María, quien afirmó que “seguro fue un ajuste de cuentas”. La misma respuesta obtuvieron del Arzobispo de Córdoba: “El cardenal Raúl Primatesta los recibió y les contestó: ‘Quizás fue un ajuste de cuentas o quizás se quisieron borrar’. La Iglesia debe ayudar a la gente, y él les dijo que recen”, relató la testigo.

“Mi familia también fue torturada con la extorsión”, recordó Paula antes de detallar una serie de llamados y visitas de personajes que aseguraban que sus padres estaban vivos y ofrecían datos falsos sobre su paradero, hasta que a través de sobrevivientes de La Perla pudieron saber que allí estuvieron cautivos y luego fueron asesinados. “Desde la desaparición de mi madre, mi abuela comenzó a marchitarse. Se enfermó y comenzó a sufrir asma; y cuando se conoció que estuvo en La Perla, se murió de tristeza”, expresó.

“Hoy me sorprende estar acá y es un privilegio, pero en este edificio protestábamos en la puerta. Acá vimos cómo, por el mismo túnel que hoy me entraron a mí para declarar, antes lo sacaban escondido a (Luciano Benjamín) Menéndez. Que esta institución hoy nos abra las puertas no solo es un logro de nuestra lucha, sino de un gobierno decidido. Estoy contenta de que se dé este ejercicio de civilidad y ellos sean juzgados, pero les recuerdo que mis padres siguen desaparecidos. Entonces, señores jueces, les exijo que los sigan buscando”, planteó al finalizar el testimonio.

La cifra de la ausencia

Compositora e intérprete de música popular, Liliana Felipe ingresó a la sala con un retrato de su hermana desaparecida. “No pude encontrar la foto más chica”, se excusó con picardía, antes de desplegar la gigantografía de metro y medio de lado y plantarla frente a los imputados: “¿Se acuerdan?”, les dijo. Del otro lado, sólo hubo silencio.

Acorde al tamaño de la imagen es la dimensión de la deuda, que en su caso se ocupó de cuantificar: “Me deben 13.058 días de la vida de mi hermana. A mí, a Paula, a los familiares y amigos, y al pueblo argentino”.

Sobre el destino de Ester y Luis, refirió que en 1985 pudo contactarse en España con la sobreviviente Liliana Callizo: “Me comentó que había visto a mi hermana Ester y a Luis en el campo de concentración de La Perla, que tenían una foto de un bebé y los habían trasladado a la semana de estar ahí. Ester no estaba bien, porque había tenido un parto muy difícil. Ella se acordaba de Ester con la blusa manchada por la leche que en ese tiempo le salía”.

Luego de que la testigo narrara cómo lo que en enero de 1976 comenzó como gira artística, luego del golpe de Estado se convirtió en su exilio en México, uno de los abogados defensores le preguntó si ella “había militado en la Argentina”. “Militaba estudiando piano. Toda mi vida he estado sentada al piano. Pero si volviera a vivir, sí militaría”, respondió Liliana, antes de retirarse despedida por el mismo sonido con que terminan sus actuaciones

domingo, 29 de septiembre de 2013

Testimonios sobre secuestros de militantes de Federación Juvenil Comunista en septiembre 1978

Se sumaron testimonios sobre los secuestros de un grupo de militantes de la Federación Juvenil y el Partido Comunista, en septiembre de 1976.

Por Alexis Oliva - (El Argentino, edición Córdoba)

En el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los campos de concentración del Tercer Cuerpo de Ejército en Córdoba declaró Sergio Kogan, hermano mellizo de Hugo, secuestrado el 22 de septiembre de 1976. El testigo relató que esa madrugada entraron a su casa de Alta Córdoba “siete u ocho hombres de civil y armados”, que preguntaron por su hermano. “Yo les dije que podría estar festejando, porque era el Día de la Primavera. Revisaron la casa y arriba del televisor había una tarjeta de saludo del Año Nuevo judío. La miraron, le preguntaron a mi madre qué era y dijeron: ‘Ah, estos son judíos’”, relató Sergio.

Cuando un rato después llegó Hugo, “lo identificaron y se lo llevaron”. Ese mismo día la familia comenzó una larga búsqueda, que incluyó gestiones ante las policías provincial y federal y el Ministerio del Interior, numerosos recursos de habeas corpus presentados ante la Justicia Federal y notas a organismos internacionales de derechos humanos.

Una de esas “infinitas gestiones” fue una carta enviada por su madre el 12 de octubre del 76 al entonces general Luciano Benjamín Menéndez, que en la audiencia Kogan leyó emocionado: “Ruego a usted, en su carácter de comandante del Tercer Cuerpo, me informe si (su hijo Hugo Kogan) se halla a disposición de ese comando, ya que desconozco totalmente su paradero. (…) Quiero dejar constancia que mi hijo pertenece a la Federación Juvenil Comunista, por lo tanto su actividad siempre ha sido pública. (…) Recurro a usted porque seguramente es la persona indicada para decirme dónde está mi hijo. (…) Lo estoy haciendo como una madre desesperada, que no tiene a quien recurrir. Sea quien sea el que se ha llevado a mi hijo, se trata de un acto cruel e inhumano, que priva a la familia de una noticia sobre un ser querido. Por qué castigar así a alguien que sólo tiene ideales y lucha por ellos sin sangre y sin muerte”.

La respuesta fue una escueta nota firmada por el teniente coronel Miguel Raúl Gentili: “El Ejército Argentino no hace procedimientos de civil, por lo que este comando desconoce la situación de su hijo, ya que no se encuentra detenido o alojado en ninguna unidad carcelaria de su jurisdicción”. “Mi madre falleció en el 2003 y nunca pudo hablar con nadie que le diga un dato concreto de Hugo”, concluyó Kogan.

A continuación declaró Eduardo Di Mauro, apresado el 4 de octubre del 76 y trasladado a la Perla: “Así que sos Di Mauro, de los famosos Di Mauro que andan haciendo la revolución por la Patagonia. Vos debés tener mucho que contar”, le dijeron sus captores. Se referían a los mellizos Di Mauro, padre y tío del testigo, militantes comunistas y titiriteros. El testigo refirió que estuvo detenido durante 14 horas en La Perla, donde pudo ver con vida a Enrique “Huevo” Guillén, su compañero de la Facultad de Filosofía, quien está desaparecido.

Luego testificó Raquel Sosa, esposa de Raúl Horacio Trigo, conocido militante de la juventud y el Partido Comunista (PC), secuestrado el 20 de junio del 76 luego de que un comando del Ejército acribillara el frente del edificio donde ambos vivían, en barrio Pueyrredón. Allí mataron a una mujer que desde un piso superior al suyo les gritaba: “¡Asesinos y lacayos a sueldo!”, y luego allanaron su departamento, de donde “arrancaron” a su marido.

Fue el primero de una serie de secuestros de miembros de la FJC y el PC, que incluyó a Rubén Goldman, Hugo Kogan, David Yaco Pérez; David Kolman, su esposa Eva Wainstein y su hija Marina Kolman, y el matrimonio de Enrique Guillén y Mónica Protti. “Parece que particularmente se ensañaban con la gente del partido en primavera, porque para la misma época del ‘77 y el ‘78 vuelven a caer otros grupos”, reflexionó la testigo.

Retazos de memoria

La última testigo en prestar declaración en la audiencia 79 de la megacausa, fue Stella Maris Molina, quien militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y estuvo detenida en los campos de La Perla y La Ribera, en las cárceles cordobesas del Buen Pastor y barrio San Martín, y en la prisión de Villa Devoto, en Capital Federal.

Al momento del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, Stella Maris cursaba cuarto año del secundario, en el colegio Manuel Belgrano. La persecución del régimen militar a los miembros de la UES la obligó a ella y su familia a mudarse en numerosas ocasiones, hasta que el 31 de diciembre del '76 fue secuestrada en barrio Empalme por una “patota” del Ejército que la introdujo en el baúl de un auto para llevarla a La Perla.

Allí, luego de interrogarla y someterla a una golpiza, le mostraron a un joven prisionero: “Trajeron a un compañero entre dos gendarmes o personal del ejército, y cuando lo vi pensé: ‘Ah, Federico’. Reconocí al compañero que traían. En ese momento sentí un fuerte enojo, porque él había dicho mi nombre y yo estaba ahí. Entonces él se baja los pantalones y me muestra cómo lo habían picaneado en los genitales. Entonces, yo pensé: ‘Qué estoy haciendo’, me acerqué, lo abracé y le dije: ‘No me pidas perdón, soy yo quien tiene que pedirte disculpas... Nosotros no somos culpables de nada’. Fue la última vez que lo vi”.

Muchos años después, su trabajo en el Archivo Provincial de la Memoria le permitió conocer que el verdadero nombre de aquel joven era Antonio Ramírez, quien continúa desaparecido. “Han pasado muchísimos años y uno tiene retazos de memoria que permitieron ponerle nombre a muchos compañeros –dijo Molina sobre el final de su testimonio-. Mi profundo reconocimiento a los organismos de derechos humanos. Hoy es 18 de septiembre y se cumplen siete años de la desaparición de Julio López. Gracias por permitirme poner en palabras lo que durante tantos años no teníamos dónde decir”.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La infinita búsqueda de Alejandra Jaimovich

Sus hermanos Adriana y Oscar Jaimovich y su compañera de militancia Estela Moyano testificaron sobre el secuestro y asesinato de la joven militante de la Juventud Guevarista.

Por Alexis Oliva
(El Argentino, edición Córdoba)

Sobre la desaparición de Alejandra Jaimovich, militante de la Juventud Guevarista, secuestrada el 1º de junio de 1976 a sus 17 años, declararon tres testigos en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros de detención del Tercer Cuerpo de Ejército durante la última dictadura.

En primer lugar, Estela Moyano relató que con su hermana mayor Nora y Jaimovich comenzaron a militar en 1974 en la corriente juvenil del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), y desde días después del golpe de Estado del 24 de marzo del ‘76 Alejandra se hospedaba en su casa. “Un día, Alejandra se va, con la idea de volver. Uno ya empezaba que habían puesto preso a un amigo, que otro había desaparecido…”, narró la testigo. El 1º de junio, la joven retornó a buscar unas pertenencias a la casa de sus compañeras, donde la esperaba un grupo del Ejército que la secuestró junto con Nora.

Ambas fueron llevadas al Departamento de Informaciones (D2) de la Policía de Córdoba. Tres días después, Nora fue liberada, por el insistente reclamo de su familia. Pero Alejandra fue trasladada a la “escuelita” de Pilar, donde padeció torturas y vejámenes, y luego al campo de La Perla. Allí fue vista por los sobrevivientes Graciela Geuna y Piero Di Monte, quienes luego ayudarían a la familia Jaimovich a reconstruir el destino de Alejandra, asesinada en un “traslado” treinta días después de su detención.

Según relató Adriana Jaimovich en la audiencia de ayer, el 25 de mayo del ‘76 una “patota” militar había asaltado la casa familiar buscando a su hermana. “Decime dónde está tu hija, porque si no la vamos a matar”, amenazó a su padre quien comandaba el grupo. A principios de junio, en el velorio de Adriana Ruth Gelbspan -otra militante asesinada en un fraguado enfrentamiento con la Policía- le dijeron a Luis Jaimovich que su hija había sido apresada y estuvo en el D2. A su vez, su esposa Elena se contactó con la familia Moyano, que le confirmó la versión. Entonces comenzó una búsqueda tan larga como infructuosa.

“Mis padres eran escribanos muy conocidos en la ciudad –refirió Adriana-, y se acercó mucha gente ofreciéndoles información, a veces con dinero, a veces sin dinero. Le decían: ‘La pasaron a tal parte… La llevaron a Buenos Aires…’. Era una forma de tener a mis padres aterrados y sin hacer demasiado, porque la base de eso era: ‘No hagan ruido, porque si hacen ruido la van a matar’. Hoy sabemos cuán poco tiempo estuvo Alejandra en La Perla y nos damos cuenta de la gran extorsión y mentira en que tuvieron a mis padres encerrados”.

Por su parte, Oscar Ezequiel Jaimovich refirió que tras el secuestro de su hermana menor, él y Adriana se exiliaron en Israel, pero sus padres se negaban a abandonar el país. “Mi mamá no quería dejar la casa, porque decía que Alejandra iba a llamar en cualquier momento”, recordó. Mientras que a su padre “había gente que le decía que Alejandra estaba viva, lo que lo paralizaba y no le permitía hacer su lucha pública y directa”.

Hacia 1978, convencieron a sus padres de que se trasladaran a Israel, donde formaron la Comisión de Familiares de Víctimas del Terrorismo de Estado de Argentina. Desde allí, intentaron que el gobierno ese país presionara al argentino para que diera información, pero “las respuestas fueron vagas”. Incluso, a fines de los ‘70 realizaron gestiones a través del ex primer ministro Golda Meir y su sucesor Yitzhak Rabin, también sin resultados.

En 1980, a través de Amnesty internacional el matrimonio tomó contacto con la sobreviviente Geuna, a quien visitaron en Suiza. Ella les contó que a su hija “la vio en La Perla, estuvo unos días acostada a su lado en la colchoneta, y luego fue trasladada”. Los represores le dijeron que la llevaban al Buen Pastor, pero cuando tiempo después Geuna les preguntó por Alejandra, le respondieron: “¿No te das cuenta que la hemos liquidado?”. (Al declarar el 1 de agosto pasado, Geuna recordó ese diálogo, mantenido con el actual imputado Luis Alberto Cayetano Quijano).

Desde entonces, los Jaimovich tuvieron “una percepción clara de que Alejandra no iba a volver, que cambió también su forma de lucha. A partir de ahí, ya pudo hacerse una denuncia abierta”, explicó Oscar. Sobre ese momento, su hermana Adriana rememoró: “El encuentro con Graciela produjo en la familia un cambio, porque ya no fue buscarla, sino exigir justicia. Y mi padre se dedicó a trabajar con la esperanza de llegar a este juicio”.

No pudieron, porque Elena falleció en 1998 y Luis en 2008. Pero sus hijos viajaron desde Israel para contar ayer su trágica historia, frente a un tribunal de la democracia. “Hemos venido desde lejos, mi hermano y yo, a dar nuestro testimonio, porque creemos que es nuestra obligación cívica y moral, pero también venimos en representación de nuestros padres, Luis y Elena, que hubieran querido estar y no están”, fueron las palabras con que Adriana les rindió un merecido homenaje.

Megacausa La Perla: “Hay treinta mil personas que la pasaron peor que yo”

Desde España, el testigo Marcelo Britos relató cómo la Policía lo secuestró junto con otros tres adolescentes militantes de la Juventud Guevarista. Una de ellas, fue vista en el campo La Perla y asesinada en un operativo “ventilador”.

Por Alexis Oliva
(El Argentino, edición Córdoba)

Desde el consulado argentino en Madrid, el testigo Marcelo Raúl Britos declaró en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Córdoba durante la última dictadura. “Yo comencé a militar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) buscando que la sociedad sea más justa, se distribuyesen mejor las riquezas y no hubiese más pobres. Bueno... ideales de un chico. Justamente, hoy (por ayer) 11 de septiembre, del '73, con el golpe de Pinochet nos fuimos del colegio todos a la CGT, en la Vélez Sarsfield, porque queríamos defender la democracia en Chile. Yo tenía 14 años, pero veía que era algo negativo el golpe de Estado en Chile”, expresó al comenzar su relato por teleconferencia ante el Tribunal Oral Federal Nº 1.

El testigo contó que en 1975 se enroló en la Juventud Guevarista (JG), en la que comenzó a “leer cosas del marxismo”, hasta que desde antes del golpe del 24 de marzo del ‘76 los reiterados secuestros entre sus militantes los obligaron a refugiase en la clandestinidad. Ya en plena dictadura, en vísperas del 29 de mayo, su grupo de la JG se propuso conmemorar el aniversario del Cordobazo: “El acto era ir a la concesionaria de automotores en la calle La Tablada e intentar incendiar unos coches en el taller para distraer, porque el objetivo era ir a donde estaban los documentos, los pagarés, porque decíamos que era injusto que a la gente humilde le vendieran un coche y después estaba toda la vida pagándolo. Queríamos llegar a esos papeles y quemarlos, era nuestra forma de lucha”.

Pero la acción salió mal. Britos, con 16 años, y otros tres jóvenes de entre 14 y 17, fueron capturados por la policía y subidos a dos móviles que se dirigieron a un descampado. “Nos bajaron a empujones y tirones, insultándonos, pateándonos la cabeza –narró el testigo-. Yo escuché un disparo y uno que dijo: ‘Una menos’. Por supuesto que me asusté. Se escuchaba la radio: ‘¡Paren! ¡Paren! No hagan nada, que ya hicieron la denuncia’”.

Luego de ese fusilamiento simulado o fallido, los llevaron al Departamento de Informaciones D2 de la Policía donde fueron sometidos a torturas. “Al margen de la mojarrita, golpes, teléfono, que te golpeaban desde atrás con las manos los oídos y te dejaban sordo, de las vejaciones, de tirarnos en un patio cuando estaba lloviendo, que te caminaran por encima con los borceguíes, el único nombre que hasta hoy me da pánico es el del Gato. ‘Cuidado cuando venga el Gato’, decían. Se ensañaba conmigo, me pateaba hasta que uno le decía: ‘¡Pará, Gato, pará! No sé quién era”, relató Britos. Como se sabe, el apodo y la actitud corresponden al imputado ex sargento Miguel Ángel Gómez.

A una de las militantes que fue secuestrada con él, el testigo la conocía como Patricia. Recién en febrero de este año, en una visita al Archivo Provincial de la Memoria (que funciona en el ex D2) pudo conocer su verdadero nombre: Adriana Ruth Gelbspan, a quien vieron en el campo de concentración de La Perla y fue una de las ocho víctimas de un operativo “ventilador” (fusilamiento colectivo) perpetrado en Ascochinga el 1º de junio del ‘76, en el que según la fiscalía participaron varios de los acusados de este juicio.

Tras soportar en el D2 “los peores once días” de su vida, Britos fue recluido en la cárcel de barrio San Martín. En el ‘78, fue trasladado al penal bonaerense de Sierra Chica, donde recién fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. El 3 de septiembre de 1979 recuperó la libertad, vivió un tiempo en la casa de sus padres y luego se exilió en España. “Desde que me vine a vivir aquí, no le dije esto a nadie, ni a mi madre, porque hasta actualmente tengo miedo. Pero hay treinta mil personas que la pasaron peor que yo y los que perdieron a su familia y todo. Gracias por permitirme decir la verdad, por mantener la memoria de mis amigos y por intentar hacer justicia”, manifestó el testigo.

martes, 10 de septiembre de 2013

Megajuicio La Perla : Los crímenes formados por su autor

Ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de Córdoba varios testigos contaron cómo los propios represores se ufanaban de haber asesinado y torturado. Sara Osatinsky relató que Héctor Vergez le describió “paso a paso” los homicidios de su marido y sus hijos.
El represor Héctor Pedro Vergez, alias “Vargas” o “Gastón”.

Por Marta Platía  -   Desde Córdoba

“¿Se van a acordar de mí cuando llegue Nuremberg? ¿Se van a acordar de que yo los ayudé?”, solía repetir, como en un ruego, el represor José Carlos González, alias “Juan XXIII” o “Monseñor”: un torturador que fue jefe de La Perla en 1978 y cuya personalidad oscilaba entre sus pulsiones místico-adoctrinantes y el crimen sistemático. A diferencia de los que se sintieron impunes hasta no hace mucho y supusieron que jamás habría juicio y castigo para sus delitos, él era consciente de que estaba cometiendo crueldades equiparables a las de los nazis, y creía que a todo crimen sobreviene un castigo. Pero que quede claro: no por eso dejaba de perpetrarlos u ordenarlos. “Sí, era un tremendo cursillista –lo describió, entre otros sobrevivientes, Graciela Geuna–. Parecía tener escrúpulos, pero aun así seguía. El solía contar que se confesaba y también que su confesor lo absolvía.” Que la Iglesia lo absolvía. Como a tantos otros criminales de lesa humanidad. González, quien murió impune en la década del ’90, sí logró que los que salieron con vida del holocausto cívico-militar lo recordaran en este Nuremberg argentino, pero no precisamente para agradecerle. No en el sentido “salvador” que esperaban él o los demás represores por el supuesto favor de una violación no tan feroz, de un golpe o de una humillación menos.

A lo largo de las 72 audiencias que lleva el juicio, varios testigos describieron atroces crueldades no sólo porque las padecieron en carne propia, sino porque fueron los mismos criminales los que se solazaron contándolas como si fuesen hazañas. Algunos hasta casi las firmaron: como si se tratara de un artista que firma una obra de arte. Total –solían repetir en los campos de concentración– hablaban “con muertos vivos”. Uno de los casos más aberrantes de este tipo de perversión con sello de origen fue el que sufrió Sara Solarz de Osatinsky: la viuda del reconocido militante Marcos Osatinsky, cuyo asesinato en Córdoba mencionó Rodolfo Walsh en su legendaria Carta abierta a la Junta Militar de 1977. Sara atestiguó que fue el represor Héctor Pedro Vergez, alias “Vargas” o “Gastón”, el que no le ahorró ni media pena, quien le relató el itinerario de sangre y muerte que diezmó a su familia y que, hace algunos días, Sara contó ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de esta provincia.

La única sobreviviente de la familia de Marcos Osatinsky viajó desde Suiza para dar su testimonio. Sara, de 77 años, recordó que el mismísimo Vergez la fue a buscar a la ESMA, donde la mantenían torturada y cautiva, con el fin de trasladarla a Córdoba para asesinarla: “El me dijo que el apellido Osatinsky tenía que ser borrado de la faz de la Tierra en Córdoba –remarcó–. Y me contó paso a paso cómo mataron a mi marido Marcos; a mi hijo Mario, de 19 años, y a José, el menor, de 15”. Sobre José, incluso, Vergez le enrostró a la madre una queja de asesino frustrado: “Al más chico lo mató la policía... Desgraciadamente no fuimos nosotros. Nos ganaron de mano”. Los “no-sotros” de Vergez eran sus cómplices y sicarios del Comando Libertadores de América (CLA), la versión cordobesa de la Triple A.

En la sala de audiencias, lo de Sara fue a veces insoportable. Pero con la energía de quien despertó todos estos años, día por día cuidando cada bocanada de vida para llegar a este momento, ella declaró durante más de cinco horas con las fotos de sus amados sobre su escritorio. “El (Vergez) me dijo que querían borrar nuestro apellido de la faz de la Tierra. Pero no pudieron, y acá estoy yo para dar testimonio por los míos, por mí”, dijo Sara, y el represor pegó su barbilla contra el pecho, la boca ajustada en una mueca que ya no pudo destrabar.

“¿Y usted cómo es que sabe todo eso?”, preguntó el juez Julián Falcucci. “Es que Vergez me contó todo. El me buscó en la ESMA y habló, habló... Me contó cómo habían torturado a Marcos (Osatinsky) en el D2, en el Campo de la Ribera. Cómo lo habían llevado una vez a una quinta para picanearlo, pero que como se les cortó la electricidad y no pudieron, entonces lo ataron al paragolpes de un auto y corrieron carreras con su cuerpo torturado. Me dijo: ‘su marido es un hombre muy recto, ¿sabe? No le pudimos sacar ni una palabra’. Y que cuando ya estuvo muerto y lo llevaban en un cajón rumbo a Tucumán para entregárselo a sus familiares para que lo enterraran, él y los del Comando Libertadores de América se robaron el cajón, lo abrieron y dinamitaron el cuerpo”. Sara aseguró que ella tuvo “una especie de premonición el día que mataron a Marcos (21 de agosto de 1975). Nadie tuvo que avisarme. Me desperté de golpe, oí una sirena de la policía y supe que ya estaba muerto.” Algo parecido le sucedió con el asesinato de su hijo Mario: “Este hombre (Vergez) me contó que lo rodearon a él y a tres amigos en una casa en La Serranita. Que con megáfonos les dijeron que salieran. Ellos escaparon por detrás. Uno de los muchachos conocía muy bien la zona y huyeron por el monte. Pero en la madrugada, cuando subieron a la ruta cerca de Alta Gracia, como todos los caminos estaban tomados por los militares, los estaban esperando y los acribillaron. Yo estaba en casa. De pronto por la radio una voz dijo ‘Alta Gracia’ y me desmayé. Caí seca al piso. Cuando volví en mí, lloraba a los gritos”.

Con Sara ya secuestrada y cautiva en la ESMA, Vergez tampoco se ahorró ironías en la descripción de la feroz cacería humana en la que asesinaron a José, de 15 años, el hijo más pequeño de los Osatinsky. La laceró repitiéndole que “desgraciadamente” la policía se les había adelantado a los suyos, los del CLA. “José todavía iba a la secundaria, era nada más que un chico –se quebró la madre–. Me contó que lo corrieron por los techos de las casas del barrio. Que lo acribillaron.” Con los ojos fijos en la foto del hijo, Sara contó que, a diferencia de Marcos y Mario, “a él no pude llorarlo. No quería creer que estaba muerto. Recién en 1984, cuando lo encontraron en una fosa común y me avisaron, pude hacer el duelo... La doctora María Elba Martínez (una de las abogadas decanas en la defensa de derechos humanos de Córdoba, que murió el 17 de agosto pasado) me llamó y me dijo que habían identificado sus restos... Le pedí a ella que lo enterrara. Yo ya estaba en el exilio”. Pero los restos no pudieron ser sepultados. Ocurrió que a último momento –y aún no está claro por qué– “alguien” dio una orden y las bolsas con los huesos de él y de otras víctimas de la represión fueron incineradas. La querella del abogado Claudio Orosz y la fiscalía de Facundo Trotta pidieron que se investigara la cadena de autoridades: desde el intendente hasta el director del cementerio, ya que “en 1984 Córdoba vivía en democracia”.

Sara nunca fue trasladada a Córdoba. Pero el detalle de los crímenes de sus dos hijos y esposo se fijaron en su memoria nada menos que por la palabra de quien se adjudicó la autoría. Y en este punto Héctor Pedro Vergez parece llevar la delantera a sus cómplices, aunque no es el único cultor de esta perversión ególatra. También por su propia boca se conocería paso a paso cómo masacraron a la familia de Mariano Pujadas: uno de los 19 jóvenes acribillados en Trelew en 1972. El testigo Gustavo Contepomi, quien declaró desde España por videoconferencia, denunció la existencia de “un documental catalán” en el que los periodistas fueron guiados por “una voz” que él creyó reconocer “como uno que se hacía llamar Gastón, y que por las indicaciones, lugares y precisiones que les daba a los documentalistas no podría ser de alguien que no fuera partícipe necesario en la masacre”: la madrugada del 14 de agosto de 1975 en que un comando del CLA mató al padre, la madre, el hermano y dos cuñadas del joven Pujadas. Al respecto, las testigos Cecilia Suzzara y Liliana Callizo coincidieron: “Vergez siempre se jactaba de cómo los habían tirado en un pozo y los dinamitaron”; al tiempo que Callizo implicó también a Barreiro en esta matanza.

Es que entre la horda afecta a reclamar el derecho de autor también se cuenta el represor Ernesto “Nabo” Barreiro, quien, entre otros crímenes, no habría tenido reparos en descerrajarle en la cara al sobreviviente Jorge De Breuil mientras lo atormentaba en el Campo de La Ribera: “¿Te gustó la orgía de sangre que hicimos con tu hermano?”, refiriéndose al fusilamiento de Gustavo De Breuil, asesinado junto al abogado Miguel Hugo Vaca Narvaja (h.) y a Higinio Toranzo en un simulacro de fuga. Una frase-tortura que De Breuil remarcó en sus testimonios ante el Tribunal. Otros, como el pertinaz violador Miguel Angel “Gato” Gómez, gustaba de quitarles la venda a sus víctimas antes de ultrajarlas y les lanzaba: “Mirame bien, yo soy el Gato, tu torturador”. O José “Chubi” López, quien le ordenó a Graciela Geuna que lo mirara “porque cuando te podamos matar te voy a matar yo. Y cuando te mate, lo último que vas a ver son mis ojos”. O el relato de una noche en La Perla, cuando ante Patricia Astelarra el represor “Luis Manzanelli y otros contaron como una anécdota cómo habían asesinado en la ruta al obispo (de la Rioja, Enrique) Angelelli, y cómo lo habían dejado tirado en el pavimento, con los brazos abiertos en cruz”. Reconocido por su saña en la sala de tortura, Manzanelli solía presumir de que “todos, absolutamente todos los que pasaron por aquí han pasado por mis manos”. También por su propia boca, y en su afán por ensuciar a los sobrevivientes, el represor civil Ricardo “Fogo” Lardone terminó admitiendo, en pleno juicio, haber participado en “lancheos”: recorridas por la ciudad para secuestrar gente y alimentar así la maquinaria de terror, tortura y muerte de La Perla.

domingo, 25 de agosto de 2013

Megacausa La Perla: El nombre que no lograron desaparecer

Sara Solarz, viuda del jefe guerrillero Marcos Osatinsky, relató la historia de su familia arrasada por la represión y comprometió al imputado Héctor Vergez. El abogado Claudio Orosz pidió investigar la remoción de restos ordenada en 1984 por el juez Gustavo Becerra Ferrer.

Por Alexis Oliva -  (El Argentino, edición Córdoba)

“Fuimos una familia comprometida con las luchas políticas de mi país. Con Marcos comenzamos a militar en la Federación Juvenil Comunista, luego en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y luego de la fusión, en Montoneros. Criamos a nuestros hijos en los valores de toda una generación. Marcos era dirigente. Marito era militante. José no fue militante. Los tres fueron asesinados, ninguno murió en enfrentamientos. El cuerpo de Marcos fue dinamitado”.

Así comenzó su testimonio ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de Córdoba Sara Solarz, viuda de Marcos Osatinsky, el jefe guerrillero fugado de la cárcel de Rawson en 1972 y asesinado en Córdoba el 21 de agosto de 1975, en un falso intento de fuga montado por los policías que lo tenían cautivo en el Departamento de Informaciones D2.

Secuestrada en Buenos Aires el 14 de mayo de 1977, Solarz fue llevada al centro clandestino de detención que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Tras una tortura física que se prolongó por días, la retiraron del sector conocido como “Capucha”, la hicieron sentar y le sacaron la venda. Cuando pudo acomodar su visión, se encontró con dos personajes vestidos de impermeable color claro, que la someterían a otra clase de tormentos.

“Venimos a llevarla a Córdoba, porque el nombre de Osatinsky tiene que desaparecer de la faz de la tierra y usted tiene que morir en Córdoba”, le anunció uno de ellos. Además, el visitante se ufanó de haber “robado y dinamitado” el cadáver de su esposo, “en nombre del Comando Libertadores de América”. También le relató que a Mario, su hijo mayor, de 19 años, lo cercaron el 25 de marzo del ‘76 en una casa en la localidad cordobesa de La Serranita y fue acribillado al día siguiente, junto a otras tres personas, en la ruta cerca de Alta Gracia. Del menor, José, de 15, el represor le dijo: “Lo mató la policía. No fuimos nosotros, desgraciadamente. De todas maneras, está muerto, que es lo importante”.

“El mismo día me suben de vuelta a Capucha y después me vuelven a bajar. Estaba de guardia (el ex capitán de Fragata, Antonio) Pernías y me pregunta qué me dijeron. ‘Usted sabe bien lo que me dijeron’. Me dijo que no sabía, que por favor le cuente, y le conté. Esto de que me vinieran a buscar no le gustó mucho, porque yo era propiedad de la ESMA”, recordó la testigo ayer. Finalmente no la trasladaron, y permaneció en la ESMA hasta el 19 de diciembre de 1978, cuando la llevaron a Ezeiza y la obligaron a embarcarse en un vuelo a Madrid.

Años después, Solarz identificó al represor que la entrevistó en la ESMA con el autor del libro “Yo fui Vargas”, Héctor Pedro Vergez, el ex jefe del campo de concentración de La Perla. A esa altura del testimonio, Vergez ya le había pasado seis papelitos con preguntas a la defensora oficial Natalia Bazán, acaso en una modalidad degradada de su antigua omnipotente verborragia.

Mientras estuvo cautiva, esta mujer a la que le arrancaron a su marido y sus dos hijos asistió a pedido de las prisioneras parturientas a catorce nacimientos. A la consulta de Marité Sánchez, abogada de Abuelas de Plaza de Mayo filial Córdoba, sobre el plan sistemático de robo de niños”, Sara respondió: “En la ESMA se hizo como una maternidad, y casi el cien por ciento de las embarazadas venía de otros campos. (Rubén) Chamorro, el director de la ESMA, planificaba adónde iban a ir los chicos. Algunos no querían que fueran adoptados, y los dejaban en la puerta del orfelinato”.

Al finalizar, este diario le preguntó cuántas veces prestó declaración desde que recuperó su libertad.

-Uf… la verdad que no sé, pero empecé en el ‘79, en la Asamblea Nacional Francesa –respondió.

-Pero esta de hoy fue especial…

-Sí, esta es especial, porque es 21 de agosto, la fecha en que lo mataron a Marcos, y el día antes de la masacre de Trelew. Para mí tiene una importancia impresionante.

“Ni un lugar para ponerle una flor”

El cadáver de Marcos Osatinsky fue dinamitado, pero pudieron recuperarse sus restos, que junto a los de su hijo Mario -identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense y entregados a su madre en 2003- descansan en un cementerio de Tucumán. En 1984, estando aún refugiada en Europa, Sara Solarz fue informada de que entre unos restos hallados en el Cementerio de San Vicente podían estar los de su hijo menor, José.

“Después supe que en ese lugar habían pasado las palas mecánicas y no se podía recuperar a nadie, porque todo estaba mezclado, así que nunca pude tener un lugar para ponerle una flor”, lamentó la testigo.

A su turno en la ronda de preguntas, el querellante Claudio Orosz planteó: “Con Martín Fresneda hicimos una denuncia en el Juzgado Federal Nº 3, porque a raíz de la orden del doctor (Gustavo) Becerra Ferrer se recuperaron más de 33 cuerpos, que de forma absolutamente imperita fueron colocados en bolsas, y el juez Becerra Ferrer le solicitó al entonces intendente Ramón Bautista Mestre que le diera la orden al director del Cementerio de San Vicente, que todavía es funcionario, que preservara esas bolsas. Y esas bolsas fueron incineradas. Entendemos que son delitos absolutamente tributarios a los delitos de lesa humanidad, y pedimos que esta parte de la declaración de Sara Osatinsky sea inmediatamente remitida al Ministerio Público Fiscal. Es más, a la Procuraduría General de la Nación, para que después de tantos años por fin esta investigación se produzca y se sepa la verdad”.

lunes, 19 de agosto de 2013

Estremecedor testimonio de los crímenes cometidos en la Perla : "había apropiación de las mujeres".

“Había una apropiación de las mujeres”

En el proceso que se está desarrollando en Córdoba, el testimonio de la sobreviviente Graciela Geuna volvió a plantear la cuestión de los delitos sexuales perpetrados en el marco del terrorismo de Estado.

 Por Marta Platía -  Desde Córdoba

Parece una constante en este juicio: otra vez fue una mujer la que sacudió las conciencias de los que asisten a las jornadas del proceso por los delitos perpetrados en el centro clandestino de La Perla, que ya lleva setenta audiencias. Graciela Susana Geuna viajó desde Suiza, donde está viviendo desde que logró escapar del país en 1979. Es una de las sobrevivientes que más tiempo permaneció en La Perla, por lo cual los 41 represores, incluyendo a Luciano Benjamín Menéndez, afilaron sus discursos para intentar desacreditarla en cada ocasión que el Tribunal Oral Federal Nº 1 les permitió hablar. Graciela Geuna es, para ellos, lo que los demás sobrevivientes: una amenaza viva, constante. El testimonio inapelable de sus crímenes.

A Graciela la secuestraron el 10 de junio de 1976 junto a su esposo Jorge Omar Cazorla. Ambos militaban en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Los metieron en el baúl de dos autos distintos. Ella, con sus rodillas, golpeó la chapa y logró tirarse a la ruta. Cayó “quemándose la espalda” por la fricción cerca de la actual Fábrica Argentina de Aviones. Cuando logró levantarse, corrió hacia una casilla de vigilancia y pidió a los gritos: “¡Sálvenme! ¡Me van a matar!”. Nadie la ayudó. Mientras, su esposo también había saltado desde el auto en que lo llevaban, “como si nos hubiésemos puesto de acuerdo”, murmuró Graciela. Pero él fue acribillado por la espalda por la patota de La Perla, cuando corría maniatado y le gritaba: “¡Corré, Gringa, corré!”.

A Graciela no sólo la recapturaron sino que los represores le dijeron: “Tu marido es boleta”. Ella pensó que tal vez querían desmoralizarla. “Me agarraron y me metieron por la fuerza al baúl de otro auto. Ahí estaba Jorge: tenía sangre que le salía por la comisura de la boca, sangre que le salía del pecho... Después supe que los que estaban ahí fueron (los represores Héctor Pedro) Vergez, (Jorge Exequiel) Acosta, (Hugo “Quequeque”) Herrera, (José) “Chubi” López, (Angel) Quijano, (Héctor) ‘Palito’ Romero y (Saúl Aquiles) Pereyra”. Ya en La Perla la torturaron “con las dos picanas, la de 110 y la de 200 voltios. Vergez decía que tenía olor a podrido. De la sala de tortura me tiraron en las caballerizas. Ahí estaba el cuerpo de Jorge tirado sobre la paja. Les rogué que me dejaran cerrarle los ojos”.

Fue en ese punto de su declaración cuando la víctima dio una noticia inesperada: uno de los testigos de su detención, uno de esos hombres que no la ayudaron, se había comunicado con ella 37 años después, y le anunció que estaba dispuesto a declarar. Ocurrió que este hombre leyó el libro La Perla. Historia y testimonios de un campo de concentración, de los periodistas Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo, y reconoció en el testimonio de Geuna a aquella muchacha acorralada que le pidió ayuda. “Fueron décadas de tener ese peso en mi conciencia. De pensar que podría haber torcido el destino si intervenía... Pero no me animé. Todo pasó en segundos. Pero esa película de segundos me persiguió todos estos años. Cuando leí el libro recién les pude poner nombres a aquellos dos jóvenes: al muchacho que mataron por la espalda, y a la chica que pedía socorro y que cayó con las manos atadas en la espalda, y a la que un tipo grandote levantó por la cintura y se la llevó.”

El hombre no es un desconocido en Córdoba. Se trata de Simón Dasenchich, quien fuera titular del directorio de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (EPEC) y actual gerente de la región centro del Correo Argentino. Luego de leer el libro se contactó con sus autores y ellos le hicieron de puente con la sobreviviente. Dasenchich declaró hace pocos días y cerró un capítulo en su propia vida: “Yo era empleado de la entonces Industrias Mecánicas del Estado (IME). Hice la denuncia en la comisaría 10ª. Pero noté que todo estaba enrarecido y querían llevarme a mi casa a buscar mis documentos en un auto de la policía. En un descuido, me les escapé. Guardé todo esto hasta ahora. Pero no es lo mismo cuando uno conoce los nombres y las historias de las dos personas que vio matar y secuestrar. Hay una obligación moral que no podía callarse más. Si ellos tienen el valor de contar todo esto después de lo que les pasó, los que vimos ese tipo de situaciones tenemos que dar testimonio”. Dasenchich fue el primer testigo “inesperado” de este juicio, en el cual se espera que surjan otros.
El olor de la muerte

Esbelta y de abundante cabellera rubia, Graciela Geuna declaró durante casi ocho horas con voz pausada y grave. El atroz universo de La Perla se abrió espacio en la sala de audiencias. La tortura y la orden-amenaza de José “Chubi” López: “Mirame bien, porque cuando te podamos matar, te voy a matar yo. Y cuando te mate, lo último que vas a ver son mis ojos”. Graciela recordó con insondable tristeza a “los chicos del colegio Manuel Belgrano” y sus risas aun en medio del infierno, “porque eran adolescentes que no podían parar de reírse, ellos nunca imaginaron que los matarían”. Y las atroces agonías por tortura en la cuadra, como la de María Luz Mujica de Ruartes, “que despedía un fuerte hedor a pus de su vagina porque la habían quemado con la picana y no teníamos con qué curarla”. O el muchacho al que los represores “paseaban en cuatro patas con una correa de perro, para humillarlo y destruirnos psicológicamente”; y hasta el absurdo, perverso “festejo de cumpleaños” que le hizo el torturador “Angel Quijano, que vino... ¡y me cantó el feliz cumpleaños! Yo lloraba y él me preguntó que por qué, si me estaba deseando feliz cumpleaños. Como pude, le dije que él tenía puesto el saco de mi marido. El lo negó, pero yo le dije que no podría olvidarlo. Es el que usó cuando nos casamos”.

Graciela Geuna describió también un episodio que, por entonces, les dio certeza a los secuestrados de lo que ocurría en “los traslados”. Geuna y otras víctimas reducidas a la esclavitud estaban lavando autos (los que se utilizaban para “chupar” gente) y el represor Ricardo “Fogo” Lardone “llegó e hizo comentarios porque había una goma quemada. Nos dijo que no podía soportar el olor porque le recordaba a los fusilamientos. Que los fusilaban así: esposados atrás y que algunos que tenían miedo, como (el torturador Raúl) Fierro, les hacían atar también las piernas. Que tiraban alquitrán y les prendían fuego. Dijo: ‘Tengo el olor en la nariz y la visión de los cuerpos que cuando se queman, empiezan a moverse’”. Geuna entonces levantó sus brazos ante el Tribunal y los movió como los de un muñeco desarticulado. Luego los bajó y se quedó en silencio.

“Quiero saber si por el hecho de ser mujer existía un plus en cuanto a los abusos sexuales”, le preguntó la fiscal Virginia Miguel Carmona. “Sí, en general, las mujeres siempre sufríamos un plus desde la mente y el cuerpo –explicó Graciela Geuna–. Los represores (Hugo ‘Quequeque’) Herrera y (Aldo) Checchi revisaban a las mujeres y las manoseaban. Yo misma tuve desde extorsiones... Me apretaban los pezones, toqueteos... Había una apropiación de las mujeres. Porque a los hombres trataban de manipularles la mente. Pero de las mujeres querían todo: apropiarse de la mente y del cuerpo.”

Así, de pronto, las voces de sus compañeras de cautiverio que ya pasaron por el Tribunal se agolpan en la memoria: “Me ausentaba de mí misma para poder sobrevivir”, dijo Tina Meschiatti. “Me di cuenta de que tenía que separar mi cuerpo de mi cabeza. Que hicieran lo que quisieran con mi cuerpo. Pero yo tenía que preservar mi cerebro”, declaró Liliana Callizo, luego de relatar cómo Herrera la violó. “Yo vi cómo en una fiesta se tiraban de uno a otro con las chicas prisioneras. Las hacían tomar vino... Todo eso antes de matarlas”, contó el arriero José Julián Solanille, el único testigo vivo que dio testimonio en juicio de haber visto al mismísimo Luciano Benjamín Menéndez al frente de un pelotón de fusilamiento. “Yo vi cómo Vergez le tocaba el cuerpo libidinosamente a Elmina Santucho y le decía: ‘Ahora vas a conocer a papi’”, coincidieron Liliana Callizo y Patricia Astelarra. Lisa Beatriz Monje sólo tenía 17 años cuando la secuestraron y la llevaron al D2: “Eran como una jauría de lobos. Me violaron en el baño. Yo era virgen”, declaró con el dolor ahogándole la voz. Y con ellas la brutalidad de delirio con que fue atacada Gloria Di Rienzo, quien todavía tiene las cicatrices que le dejaron los atacantes cuando intentó resistirse a una violación masiva.

Los vejámenes sexuales a las prisioneras de la cuadra en La Perla –o en las mazmorras del D2– eran “moneda corriente”, según detalló Liliana Callizo. A todo esto, los torturadores repiten ante el Tribunal que ellos “jamás” tocaron a ninguna mujer. Tal parece que temen más este aspecto de sus (muchas) perversiones y atrocidades, que haber atormentado, robado, asesinado o desaparecido gente. Consultados sobre este punto, tanto querellantes como defensores coinciden en que tal vez “en sus familias hayan logrado consolidar lo de la supuesta ‘guerra contra la subversión’, pero que nunca les hayan contado que violaban a sus víctimas”.

Si bien se sabe que hubo prisioneros varones que también fueron vejados (los empalamientos “con armas o palos de escoba” fueron un método más de tortura y muerte); por ahora sólo las mujeres se han animado a denunciar los crímenes sexuales en el marco del terrorismo de Estado. La brecha la abrió una sobreviviente: Charo López Muñoz, quien en el juicio a Videla y Menéndez, en 2010, abrió su testimonio denunciando que la habían sodomizado en el D2. Fue en esa oportunidad que el fiscal Carlos Gonella le preguntó si haría o no una presentación aparte sobre este tipo de vejaciones en la Fiscalía federal. Y ella lo hizo.

Según explicó el querellante Claudio Orosz, “todos esos abusos se están sumando a una causa que se está instruyendo por los delitos sexuales de lesa humanidad. Es inédita en el país y está a cargo de la fiscal Graciela López de Filoñuk”.

viernes, 16 de agosto de 2013

Megacausa La Perla: El testigo imprevisto

El ingeniero Simón Dasenchich relató cómo una patota del Tercer Cuerpo de Ejército asesinó a Jorge Cazorla y recapturó a Graciela Geuna. Un libro sobre La Perla le puso nombres a quienes para el testigo eran víctimas anónimas.

“Escucho uno o dos estampidos que proceden de la ruta 20. Un muchacho con el torso desnudo corre en dirección al centro. Se siente un nuevo estampido y él cae. Giro la cabeza buscando la procedencia del sonido, y veo un Fiat 125 o 128, con la tapa del baúl abierto, y al lado una persona levantándose, como si hubiera estado rodilla al piso con un arma en la mano… y corre hacia el caído”.

“Corro para comentar al guardia lo que vi, cuando veo que viene corriendo una jovencita, gritando: ‘¡Sálvenme! ¡Me van a matar!’. Era muy jovencita. La venían persiguiendo y ella cae, con las manos atadas atrás, y en un santiamén el que venía atrás con un revólver en la mano, muy corpulento, la levanta y se la lleva”.


Estas dos escenas que relató Dasenchich a los jueces del Tribunal Oral Federal Nº 1 habían quedado congeladas en su memoria desde aquella siesta del 10 de junio de 1976, cuando salía de su trabajo en el Área Material Córdoba (AMC) y se topó con el desesperado intento de fuga de Jorge Omar Cazorla y Graciela Susana Geuna, esposos y militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Sus perseguidores integraban la patota del campo de concentración de La Perla, a donde finalmente fueron llevados, él muerto y ella viva.

En vano intentó el testigo que los militares de la Fuerza Aérea que custodiaban el ingreso a la AMC impidieran, o al menos dejaran constancia, del secuestro: “Me volví a mi lugar de trabajo e hicimos un acta con dos copias, con las que volvimos a la guardia. El oficial a cargo no me dio bola y dijo que ellos tenían su propio protocolo de actas”.

Entonces se dirigió a la Seccional 10ª de la Policía para hacer una denuncia. Como no llevaba su documento de identidad, el sumariante le retuvo el acta y le dijo que esperara, porque lo iban a llevar en un móvil a su casa a buscar el documento. A Dasenchich la propuesta le pareció sospechosa, en un descuido se retiró y “el acta quedó en la Seccional 10ª”. Fue su último contacto con el caso, hasta 37 años después.

- ¿Qué fue lo que determinó que usted haya contando esta historia en este juicio? –le preguntó este diario al salir de la audiencia.

- Haber leído el libro “La Perla” (de los periodistas Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo), porque una cosa es recordar hechos anónimos que uno sabe que ha visto, y otra cosa es que esos hechos tengan nombre y apellido.

Así fue que Dasenchich se puso en contacto con Geuna. Los abogados que la representan como querellante –y luego la Fiscalía- lo propusieron como testigo, para que por fin pudiera despojarse de “la carga emocional de haber visto algo y no haber podido resolver nada de todo lo que pasó”.
Fuente: http://cordoba.infonews.com

domingo, 4 de agosto de 2013

Testimonios

 Antes de terminar su testimonio

"Yo me hice muchas preguntas, por qué declarar. Me empuja el amor a mi hijo, a tantos compañeros desaparecidos. Porque estoy viva, porque estamos vivos y en la rutina no existe el olvido. Aunque se lo propusieron no pudieron poner en prisión las ideas. Mi fantasía es que un dia te encontraré y enterraremos nuestra tristeza, borraremos las huellas del pasado sin olvidar, con la fórmula de ee amor, las flores brotarán aún siendo invierno porque beberemos de la escarchade la mañana. Bastará tan sólo un remanso para que broten flores vivas en nuestro refugio de amor. Entonces sólo vestiremos de luto aquella fría mañana del 6 de septiembre de 1976".
Esas palabrasson parte de un escrito que está dirigido a Nestor Lellín, quien fuera secuestrado el 6 de septiembre de 1976 de la fabrica de automóviles Fiat Concord S.A. de donde era delegado. Ver el escrito completo.
 
Las secuelas del secuestro


La abogada de Abuelas de plaza de Mayo, Dra. Marité Sanches, le pregunta a Nora qué secuelas provocó en el niño esos días en que estuvo secuestrado. "Para que se de cuenta, el es psicólogo, trabaja en Tribunales. Cuando supe que iba a declarar le pregunté si él iba a estar. Porque a mi megustaría. 'Qué, te causa dolor?' me preguntó. Y claro!, él no habla, nunca hablo de esto. Per hay cosas que causan un vacío".
Antes de continuar con las preguntas, ella pide que la dejen terminar: "Hay algo que yo no dije. Estando en La Perla varias veces me lo llevaban, se lo llevaban de paseo. Y volvía y me decía 'los señores bibi" No se que le hicieron a mi hijo."
 
 Militante


Nora era militante del Partido Comunista y, por ello, en esta instancia frente a los Jueces del Tribunal, hace memoria y trae en su recuerdo a cada militante de quienes no supo más nada y aún continúan desaparecidos.
 
La imprenta


"Rulo" y "Luis" son dos de los represores que la secuestraron de su domicilio. Se la llevaron porque en ese lugar estaba instalada la imprenta del Partido Socialista de los Trabajadores, a pesar de que ella desconocía ese dato, y sólo sabía de las máquinas que pertenecian a su negocio de estampado de ropa.
 
 El horror, junto a su hijo

"Me amenazaron permanentemente: te lo vamos a matar". Durante los primeros días estuvo junto a su hijo, ella en la Cuadra y él en una de las oficinas. "Una vez lloraba tanto que me llevaron a hacerlo dormir, y luego me volvieron a la cuadra".
Un compañero se acercó a ella para calmarla: "Yo estaba sacada en ese momento. Y este compañero me calmó, me dijo que no me preocupara porque nadie me conocía y que iba a salir pronto".
 
Testigo 106: Declara Nora Judith Sorrento


Vivía en Cordoba junto a su hijo de 3 años Habían venido de Buenos Aires y ella generó su negocio de fabricación y estampado de ropa. La tarde del 21 de septiembre salió a caminar junto a su hijo y al volver se dió con tres falcon que asediaban la casa. "Entraron y nos ataron a mi y otra compañera que había venido a usar el teléfono". Después los subieron a los autos: "No pude ver bien el camino, por los golpes que nos daban y por mi preocupación por mi hijo".
 
De un torturado a su torturador

"Una vez entró en la oficina en que me interrogaban una persona que me levantó del suelo y me dijo: 'si algún día estoy en tus codiciones quiero que me mires a la cara y actúes como yo actué con vos'. A esa persona, que tuvo un trato respetuoso conmigo, quiero dirigirme si es que se encuentra en esta sala. Quiero decirle a esa persona, que aquí hay un Tribunal democrático que los juzga hoy. Él tiene la posibilidad de defenderse. Le quiero preguntar está en las mismas condiciones que estaba yo". Según el testigo, esa persona se hacía llamar "Mayor Ferreyra" y por haberlo visto por televisión durante el levantamiento de Semana Santa, cree que podría ser Barreiro.
 
Dirigente gremial

"Se me acusaba de ser responsable junto con Villa, de adoctrinar ideológicamente a los trabajadores de Perkins, de hacer acciones subversivas ligadas a la conducción de la empresa. Eramos la guerrilla fabril y querían datos de eso, de las armas del sindicato, de las reuniones de jefes de organizaciones subversivas".
"Absolutamente nosotros estamos convencidos que la empresa posibilitó las detenciones y favoreció la represión", afirma y se quiebra su voz por primera vez en todo el testimonio, al recordar los compañeros del gremio que fueron asesinados por la dictadura: Pedro Ventura Flores, Adolfo Ricardo Luján, Hugo Alberto García, José Antonio Apontes, Víctor Hugo González, Abel Pucheta y César Jerónimo Córdoba.
 
 El secuestro

Lo secuestraron a principios de 1977 del campo en que se ocultaba.
Fue salvajemente torturado en el D2 hasta perder la conciencia. Supo que quien lo había picaneado era un tal "Vega", aunque no puede afirmarlo del todo. Cuando despertó, había perdido piezas dentales y estaba e condiciones infrahumanas. Lo cargaron en un vehículo y lo llevaron a lo que luego supo, era la cuadra de la Perla. "Había mucha gente en ese lugar".
Allí lo interrogaban bajo la acusación de que en el gremio funcionaba una especie de hospital de campaña para militantes. "Yo les dije que teníamos una sala donde había un médico. Y que teníamos dos consultorios odontológicos, eran consultorios para los afiliados al gremio y sus familias. Me dijeron mentiroso". Ante la pregunta de por qué lo detuvieron a él, siendo que su actividad era legal, la respuesta era siempre la misma: que eran subversivos apátridas, y que habíamos logrado introducir la subversión al gremio.
 
Cómo se afecta la familia

El testigo dedica especiales palabras a le reflexión de cómo se adecua la vida familiar de un dirigente perseguido. "A fines del 75 nació mi segunda hija, y nosotros decidimos separarnos. Hablé con mi padre y le conté mi situación: si me encuentran me matan. Le pedí una mano, y me dijo que fuera a un campo en Villa de Soto".
Cuando lo fueron a buscar, primero fueron donde estaba su ex mujer y la interrogaron salvajemente, apuntando con un arma a la pequeña hija para conocer datos de su paradero: "mi mujer no sabía porque yo no le había dicho. La llevaron a la D2 junto a mi hija de 5 años".
 
Testigo 105: Declara Américo Rosa Aspitia

Fue dirigente del sindicato de Perkins. Cuenta cómo comenzó la persecución política debido a su "actividad legal como gremialista en lucha por los derechos de los trabajadores". En 1974 fue víctima de dos secuestros en la D2, una vez junto al delegado de la comisión interna, Juan Villa. Durante todo el tiempo, lo persiguieron y lo amenazaron en numerosas oportunidades.  "Eramos considerados extremistas y zurdos".
 
El significado del secuestro


"Fue una separación de mi vida, como si hubieran sido dos: una antes del secuestro y otra diferente después. Fuimos torturados, vejados, insultados, degradados, no eramos personas. En esos lugares y en las cárceles pudimos ver el abuso de poder de todas las fuerzas. militares, gendarmens, policías".
 
Compañeros

En esta oportnidad, está aquí para recordar los nombres de aquellas compañeras militantes con quienes compartió cautiverio. Así nombra a ana Mohaded, Isabel Giaobbe, Sara Waitman, entre otros. Después de un silencio largo y un sorbo de agua, la testigo recordó también los comentarios de Elsita Soria sobre su marido, quien fue terriblemente torturado hasta la muerte.
 
Mirame, soy tu torturador

A Isolina la sacaron del asiento de cemento en que permanecía para llevarla a un lugar donde fue sometida a tormentos, golpes, tortura, malos tratos. "Levantá la vista y mirame", le dijo su verdugo. Pero Isolina no quería mirar porque les habían dicho que el que viera algo no sobreviviría. "Pero este me dijo que quería que lo mirara, quería que viera quién era mi torturador, me dijo que era 'el gato'".
En la sala de audiencias, las cámaras toman la desencajada cara del imputado Gómez, ex policía de la D2, de apodo "Gato".
 
Testigo 104: Declara Tránsito Isolina Guevara


Fue detenida el 19 de enero de 1977, mientras se encontraba en su lugar de trabajo, en la Clínica del Niño. "Tres hombres de traje, me subieron a un falcon y me aplastaban la cabeza con el pie hasta que llegamos a la D2".
Ya había declarado en este Tribunal en el marco de la causa Albareda, en 2009.

Fuente: http://www.eldiariodeljuicio.com.ar